Hoy hablaré de mi generación. O mejor dicho, un pedacito de
ella. Debo decir que el tema me incomoda un poco. No me gusta. Quizás sea
porque todavía me da vergüenza y me cuesta también reconocerlo. Sobre todo a
estas alturas.
Es más, quise hacer un experimento previo. Se me ocurrió
preguntarle a un grupo de amigos sobre la cuestión con el fin explorar antes de
publicar algo al respecto. Me interesaba conocer otras experiencias cercanas y
la pregunta que les dejé caer de un momento a otro fue: “¿A ustedes les pegaron
alguna vez cuando chicos?” La reacción inmediata fue repetida a coro: “Nooooooo”.
Me quedé muda y el silencio se impuso en el lugar. Mejor
cambiar el tema, pensé. Pero no quise. Algo me frenó, así es que volví a
insistir a riesgo de no ser comprendida. “¿En serio? ¡Bah! Entonces yo fui la
única a quien le pegaron. Qué mala suerte”. Me eché un tremendo roll de camarón
tempura envuelto en palta a la boca, y en seguida a otro para no seguir
hablando como suele pasarme cuando me pongo nerviosa. Mientras masticaba,
sentía que la presión se me había subido a la cabeza. El corazón latía fuerte y
mi cara ardía. No quería que me vieran con lástima o extrañeza, aunque era
evidente que ya me sentía como un bicho raro… Acaso era la única extraterrestre
a quien sus padres solían mechonear o violentar físicamente cuando con mi
hermana no nos comportábamos como era esperable por ellos.
Pero después de un rato y de aterrizar la conversación a
situaciones más concretas, resultó ser que ya no era la única. Eran varios los
que alguna vez sufrieron desde cachetadas o coscorrones hasta correazos o
tirones por las patillas.
Una cosa que me llamó la atención es la tendencia a
minimizar los hechos: “Bueno, a quién no lo agarraron de las mechas cuando
soltó al conejo de la jaula, rompió el jarrón de porcelana mientras hacía una
pataleta o hizo llorar a la hermanita pequeña” o entre risas “Y el clásico pellizco
de la mamá por debajo de la mesa para que los invitados no vieran. Ese dolía
más que la cresta”. El mismo amigo recordó que su madre siempre le decía: “¿Vamos
al baño?” y como ya sabía la tanda que le esperaba allí, en un arrebato de
rebeldía y delante de todos, le gritó “¡No pienso! ¡Siempre me pegas cuando
vamos al baño!”… Pero la sentencia ya se había dictaminado y de nada bastó que
sus tíos intentaran abogar por él, porque al final de la noche y habiéndose ido
el último invitado, el pobrecito sufrió las consecuencias y por partida doble
por desobediente e insurrecto. Otra amiga contaba como a los cinco años y harta
de que le tiraran el flequillo por cualquier cosa, un día se encerró en la
pieza y se lo cortó casi al rape con la primera tijera que encontró. Acto
seguido, apareció donde su mamá con un pelón impresionante y ante la cara
estupefacta de ella le advirtió: “Ahora nadie va a poder tirarme más la
chasquilla. Nunca más”.
Todos nos reímos por un buen rato de estos testimonios. Y así
fueron apareciendo otros recuerdos hasta que prácticamente ocho de unos diez u
once amigos, habíamos tenido más de un abuso de fuerza por parte de nuestros
progenitores o algún adulto responsable de nuestra crianza. En general, varios
estaban de acuerdo con que este el peor camino para disciplinar a sus niños
pero también hubo quienes apoyaron esta práctica.
“Es bueno pegarle a los niños de vez en cuando. De lo
contrario, se te suben a la cabeza”. Dijo una chica y su esposo estuvo de
acuerdo. Por más que agradezca la sinceridad, a mí me choca tanto oírlo porque
no podría estar más en desacuerdo con esa medida. No sé… es como que la rabia
me invade y ya pierdo toda objetividad.
Así es que como no estoy en el corazón de nadie y sólo puedo
hablar de lo que me pasó a mí, esta vez voy a referirme de las consecuencias
que estas vivencias han tenido sobre mi personalidad y también cómo influyeron
en las elecciones que fui haciendo durante la vida. Y es que el castigo físico me
llevó a ser una niña muy tímida y extremadamente insegura. Con un miedo a la
autoridad tremendo. Era cosa de ver a un adulto enojarse, ya fuera un vecino,
profesor, papá de alguna amiguita o tío, para que la ansiedad me embargara
completamente y de alguna u otra forma, terminara “achacándome” internamente
las responsabilidades de lo que ocurría.
Hoy puedo mirar hacia atrás y constatar las implicancias que
ha tenido crecer con la represión concentrada la garganta. En ocasiones dejarme
pasar a llevar por jefes maltratadores en el trabajo, callar mis puntos de
vista, no defender mis derechos como consumidor, no atreverme a hacer cosas que
quería y dejé pasar, por temor a las consecuencias, indecisión extrema… en fin.
Podría enumerar hacia abajo los efectos de una crianza autoritaria pero no
viene al caso. Qué lata además.
Mi punto es otro. Y es simplemente plantear la necesidad a nivel
colectivo de una educación más integral que incorpore el campo cognitivo con el
emocional. Una formación más amorosa y aceptadora que desde pequeños nos enseñe
a reconocer nuestras emociones y sentimientos. Si el niño tiene una pataleta,
quizás antes de anticipar que “está manipulando o anda con la maña” podría
enseñársele a identificar qué es aquello que está sintiendo. Como adulto hacer
el ejercicio de detenerse un poco y atender la situación, sin reaccionar con el
piloto automático. Preguntas tan simples que indaguen el campo de experiencias
como “¿Qué es lo que te da pena? ¿Por qué? ¿Qué sientes cuando esto pasa?”, por
ejemplo, pueden contribuir poderosamente para que aprenda a identificar qué le
ocurre, entender su reacción y en consecuencia, conocerse a sí mismo.
Pero cuando se utiliza el castigo inmediato como medida de
represión, no educamos nada. Autoconocimiento: las pelotas. Así pasa el tiempo
hasta que ya somos adultos y no sabemos identificar qué nos ocurre y por qué. Y
si pensáramos, por ejemplo, que la autoestima es la piedra angular para una
vida más plena, con elecciones conscientes sobre el tipo de pareja que nos hace
mejor, profesión u oficio, estilo de vida, la cuestión ya cobra otro matiz. Es
sabido por casi todos que durante la edad temprana se forjan a fuego cuestiones
tan esenciales como la confianza tanto hacia el mundo como hacia sí mismos.
Pero en cambio observo a mi alrededor, pienso en los niveles
de depresión, stress y tantas otras afecciones contemporáneas que digo cuánto hay
de nuestras historias puesto acá. “Por
la razón o la fuerza” dice nuestro escudo. Miro para atrás en mis líneas familiares
y veo generaciones que se pierden en el pasado, con la misma historia pero con
mayor brutalidad. Abuelos, bisabuelos, tatarabuelos, tatara-tara abuelos… inmigrantes
que vinieron de Europa huyendo de la postguerra y con una serie de traumas que
iban desde el desarraigo absoluto y el shock por haber vivido en carne propia
los horrores de las miserias humanas. No tengo idea, si bien las dosis de
violencia se han ido dosificando, en materia de salud mental la prevalencia de
diferentes trastornos en nuestra sociedad actual, me llevan a pensar en
dolencias del alma que de alguna forma es necesario que comencemos a mirar para
reparar en nosotros mismos y evolucionar hacia las generaciones venideras o que
hoy se están formando.
Durante mi paso por psicología, coaching y meditación, fui
reparando lo que toda mi infancia y adolescencia se constituyó en una herida
abierta que me costó años cicatrizar. Fueron años de trabajo porque al
principio tendí a negar lo ocurrido, no pensaba en ello, pero bastaba una
situación que me pareciera injusta, para accionar un botón que me hacía
estallar en rabia y pena de manera bien poco proporcionada para la situación a
veces. Pero no lo podía controlar. Después de un rato y con los ojos rojos aún,
me daba cuenta de que había sobredimensionado los hechos, pero a veces era
tarde y lo había pasado tan mal que me costaba rearmarme para seguir adelante. Sin
embargo, hoy puedo decir que lo hice o por lo menos en gran medida, porque
logré perdonar y aceptar la realidad como parte de toda una historia donde
desde generaciones hacia atrás se perpetuó la violencia como método
disciplinario.
Así es que cuando con la compañía de personas claves que me
ayudaron -entre ellas mi psicóloga y amiga Karen Moënne a quien le dedico esta
nota- por fin lo acepté. Y aunque no lo comparta por ningún motivo, hoy lo
acepto como parte de mi historia, de lo que me tocó vivir y por último gracias
a quien soy hoy en día. Celebro en el alma haberme liberado del resentimiento
en el que estuve atrapada por años de años. Así es que nunca es tarde. Y si hoy
pongo a disposición mi experiencia para invitar a quienes sepan de lo que hablo
a no sentir temor de mirarlo y reconocerlo. Quizás como a mi les pase que les
cueste poner límites, decir que no y hacer valer algo tan simple como una
opinión. Como sea, creo que lo importante es procurar sanarse a uno mismo. De
la manera que sea para no repetir y perpetuar la pauta con las generaciones
venideras.
Ahora voy a llamar a mis papás para contarles que publicaré
esto. No quiero que se sientan mal porque ellos a sus veintitantos años, también
estaban aprendiendo con las herramientas que tenían. Y pese a su inexperiencia,
tuvieron miles de otros aciertos… de los cuales más allá de habernos dado la
vida, siempre les estaré agradecida.
Muy de acuerdo Vito, la dualidad entre no estar de acuerdo con los, tan naturalizados, castigos físicos y comprender que nuestros padres también tienen su historia y claramente nos dieron su mejor esfuerzo. Por lo mismo estoy muy de acuerdo con visualizarlo, trabajarlo y agradecer lo que nuestras familias de origen nos han entregado.
ResponderBorrarInteresante el tema. Ayuda a las que somos madres a tomar consciencia de q tenemos q tratar de respirar, contar hasta diez y dialogar más. Jugar más con ellos desde el disfrute. No es fácil la labor de padres.
ResponderBorrarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderBorrarQue buena reflexión, y si indagamos el porque de los golpes....capaz que estemos frente a un mandato patriarcal que está en la base de nuestra cultura. Cuantas madres castigan a sus hijos para que el "papá" no se enoje???
ResponderBorrarEn este momento solo puedo decir que estoy conmovida.
ResponderBorrarComparto totalmente esto!!!
ResponderBorrar