miércoles, 24 de febrero de 2016

Shake it, Shake it, Shake it


¡Sientan la música! Y si esta se detiene no significa que ustedes lo pueden hacer ¡Vamos! ¡Arriba!
No se muevan como autómatas… ¡Esto es mitad técnica y mitad actitud!
Si se equivocan con un paso ¡No importa! Ustedes disimulan agitando la cabeza, moviendo su pelo, haciendo un giro, levantando una pierna… Y nadie lo va a notar.
Pero no se olviden: ¡La cara también vende!
Y cuando les pregunten en la calle ¡Ay! ¿Por qué haces eso?
Bueno ustedes les contestan: ¡Pues porque puedo!

Nos desafía el gran Matías Keller con su ímpetu característico, mientras enseña una coreografía al ritmo de Beyoncé. Cada día nos sorprende con una nueva rutina, con lo cual sus clases nunca pierden el nivel de exigencia y desafío constante. Jamás hubiera pensado que me animaría a aprender un baile tan desenfadado como el Twerk, en donde la liberación de las caderas y en particular el trasero resulta ser la clave de todo ¡Y me encanta!

Hay algunas personas que consideran esta práctica como indecente e incluso hay un montón de “memes” circulando en la web en contra de quienes lo hacen, ya que los movimientos son semejantes a los que se realizan cuando tienes sexo y más intensificados aún. En resumidas cuentas, esta disciplina incluye el abrirse de piernas completamente, quebrar la espalda, agitar la cabeza y la pelvis mientras estás en cuatro patas sobre el suelo. Pero dejando a un lado los prejuicios y esquemas morales, qué bien que se siente el derroche de fuerza femenina que se libera a raudales durante la hora que dura cada clase, mientras agitas el trasero con una intensidad tal, que pareciera que se te va a desatornillar. Al principio me daba mucha tentación de risa mirarme en el espejo que cruza la sala, sobre todo por mi tosquedad y rigidez en contraste con el resto de las chicas, pero poco a poco fui dejando a un lado la sensación de ridículo para abrazar la liberación y la provocación también.

A mí siempre me han maravillado las personas que llevan la gracia para moverse en la sangre. Esas de que ritmo que les pongan, ritmo que te bailan, así como si hubiesen nacido danzando… Quizás escucharon música cuando estaban en el vientre materno o tuvieron el privilegio de participar en alguna academia de ballet o danza cuando pequeños. Pero como sea, es una virtud que he admirado desde que tengo uso de razón y como soy de esas que se levanta con música y duerme con ella, yo también siempre estoy bailando: mientras ordeno, cocino o me arreglo para salir.

Quizás ese fue el motivo por el cual me impactó tanto cuando vi por primera vez a la española Irie Queen dejando literalmente “todo” en la pista y lo que me llevó a buscar en la web qué escuelas se impartían acá en Santiago. En realidad, animada por soltar el cuerpo, yo estaba motivada por aprender reggaeton, bachata, dembow, break dance o sexy style. Casi siempre sigo algún tutorial para aprender un pasito nuevo y eso hacía hasta que inesperadamente me encontré con estos movimientos que me cautivaron completamente.

Por un momento me sentí como el clásico de Emociones Clandestinas que dice: “Ha salido un nuevo estilo de baile… Y yo no lo sabía”. Descubrí que es el baile del momento y se está ensayando en todo el mundo. Las grandes celebrities como Beyoncé, Rihanna o Nicki Minaj lo han ido masificando hasta tal punto que ya es considerado prácticamente como una rutina fitness. Y la verdad es que con una clase de una hora, se pueden quemar más de 500 calorías, además de tonificar la zona abdominal, muslos y sobre todo glúteos. Esto porque incluye muchos movimientos equivalentes a las estocadas, squats y rutinas en donde tienes que mantener el abdomen duro y el culo apretado por largo rato para no perder equilibrio y caer al piso. De hecho, en youtube puedes encontrar interesantes tutoriales como las lecciones de Twerkout que desarrolló la diva Lexy Panterra y que hoy la tienen en la cúspide por ser una de las primeras en atreverse a enseñarle a mover el trasero a todas las mujeres en el mundo.

Así es que con mi nuevo objetivo entre ceja y ceja, encontré el sitio de Twerkit Chile en Facebook y llegué a mi primera clase una calurosa tarde de martes, a eso de las 7:00 PM. Iba nerviosa, no sabía a quiénes encontraría y si sería capaz de coordinar algo. Lo único que tenía claro es que yo quería intentarlo. Llegando a Manuel Bulnes esquina con Martínez de Rozas, me bajé del taxi y siguiendo la numeración hasta el 850 entré por un galponcito que no tenía mayor branding que la pintura coloreada de la entrada. Caminé por un pasillo oscuro hasta que me asomé a la gran sala de baile y en ese momento, sentí que confirmaba toda la motivación que me había atraído hasta este lugar.

Unas veinticinco mujeres moviéndose de manera sexy al compás de la música y sin ningún tipo de inhibición. El profesor y quien orquesta todo lo que ocurre sobre la pista, es el que las anima y seguriza, corrigiendo las posturas y sabiendo respetar los tiempos de cada una, ya que es consciente de que algunas somos más reprimidas o tiesas que otras. Por la soltura que demostraban, sobre todo las que se ubicaban más adelante, se diría que llevaban la vida entera practicando. Pero sin duda que eso no era relevante. En este rectángulo por sala, somos todas horizontales. No importa la edad, quién eres, ni mucho menos el estado físico que tengas. Nadie mira a nadie con ojos juzgadores, si estás más gorda, más flaca, si tienes trasero, si eres plana, si tienes estrías o celulitis… ¡Da igual! Acá lo importante es liberar al cuerpo de la mente y expresarse de una manera tal que pareciera que se despertaran los ancestros africanos que llevamos en los genes humanos.

Tal vez por fin estamos aprendiendo a conectarnos con la mujer salvaje que llevamos en nuestro interior y que por años permaneció relegada en un segundo plano. Aunque no lo parezca a simple vista y se confunda con una rutina más dentro del amplio paisaje con ofertas de gimnasia aeróbica, en este espacio se expelen altas dosis de liberación, sabiduría más instintiva y liderazgo matriarcal. Definitivamente que acá es un privilegio ser mujer y el sentirse femenina, un requisito para poder moverse al ritmo de la música. Yo pienso en el chakra raíz, la fuerza creadora que es donde se origina la vida. Por tantos siglos se ha reprimido al cuerpo y hoy a partir de este tipo de expresiones podemos volver a conectarnos con esta energía vital para disfrutarla y por qué no llevar un estilo de vida más saludable. Si al final el resultado es el sentirse libre y bello, sin dudas que el efecto sanador sobre el organismo es tremendo.

Pareciera ser que atrás han quedado los estereotipos de la androginia, donde mejor era ser lo más flaca y plana posible. Hoy todas buscan de la manera que sea potenciar sus curvas y desarrollar el lado femenino a raudales. De referentes como Kate Moss nos hemos desplazado hacia las hermanas Kardashian, donde más allá de un rostro perfecto y la máxima delgadez posible, hoy se valora mucho más la presencia de caderas y sobre todo, el ser sexy a partir de la belleza personal. Y la oferta de tutoriales estéticos publicados en las redes, te abren un universo de posibilidades para lucir mejor potenciando al máximo tus atributos. Desde uñas con diseño, maquillaje para la ocasión que sea, peinados, tinturas, moda… hasta el infinito.

Me gusta pensar que esta es la dirección: mujeres empoderadas pero ya no añorando el liderazgo masculino, sino que desde el trono del arquetipo de la “emperatriz” -o de la “mujer salvaje” para la psicoanalista Clarisa Pinkola-, aquella que dice y hace derrochando sensualidad, aplomo y altas dosis de belleza. Y precisamente desde ahí sale adelante para habitar al mundo desde este otro lugar.

Así es que estas últimas semanas han sido de mucha revelación. Y lo seguirán siendo porque a pesar de que las clases se terminan hasta el mes de abril por temas de agenda del profesor, durante marzo comienza el ciclo de Dancehall Queen. Así es que a modo de cierre, el próximo domingo se realizará un seminario abierto para todas las interesadas en aprender. Como acá la creatividad converge con el erotismo, todas las chicas se preparan para ensayar caracterizadas con algún animal que mejor las represente. Así es que se imaginarán cómo arde el whatsapp del grupo… las más osadas han hecho sus propios diseños de maquillaje y uñas en versión “animal print”. 


Por mi parte, últimamente he incorporado nuevas palabras a mi vocabulario que corresponden a mis próximos desafíos y que no son más que los nuevos pasos y giros que estamos aprendiendo: wave, wine, shake y jiggle… Sinceramente, aún no sé cómo voy a lograr que mis caderas se suelten completamente para alcanzar la anhelada independencia con respecto al resto del cuerpo… Y sufro de verme como robot en los videos que se suben a las redes… Una amiga me dice que esto me pasa porque tengo el perfil “medallita de oro” y siempre quiero hacer todo bien a la primera. Yo me río por cómo me sacó la foto. Así es que a pesar de que a veces me angustie, luego me acuerdo de que lo estoy intentando y que la perseverancia hace al maestro… y se me pasa =P

sábado, 13 de febrero de 2016

Corre que te pillo, la doble cara de la virtualidad


El otro día una amiga me decía:

Victoria estoy realmente cansada de tener que restringir toda mi comunicación con este “tipo” al whatsapp… Yo me pierdo en el laberinto de los chats eternos… No sirvo. Me canso. Pero cada vez que intento llamarlo no contesta y después me dice que está ocupado. No lo sé. Yo puedo whatsapear con mis amigas y matarme de risa con tonterías, pero ya estar así con él es algo que me cansa. Ya llevamos meses en esta misma dinámica y lo único que obtengo son puras frutitas de su parte (refiriéndose a los emoticones de frutas) que al final no son ni chicha ni limonada -Ahí estallamos de risa - Si ya parece el cuento del “corre que te pillo”.


Más allá de lo tragicómica de la situación, qué cierto me resulta la doble cara de las redes sociales. Porque por una parte, así como se han desarrollado de manera global para a establecer puentes de conexión alrededor de todo el mundo; también sirve de escudo imbatible para aquellas otras que aún no saben qué quieren hacer o cómo resolver sus relaciones.

A través de los ojos de ella, el whatsapp te protege de la exposición. Las conversaciones se vuelven muchos más controladas y cuidadas, pudiendo proveer de un tiempo más que razonable para que puedas articular una respuesta según cuánto es lo que quieras jugarte en ella. Si no te fluye de inmediato y se pasa el tiempo, no importa: son parte de los códigos dejar que se “enfríen” las conversaciones por la excusa que sea. También se entiende que dejar en “visto” a alguien es un mensaje en sí mismo. Pero como todo se configura, incluso la privacidad, hasta existe la función para neutralizar esto también y ocultar si los mensajes han sido leídos o no, o cuándo fue la última vez que la persona se conectó. Hay configuraciones para todos los gustos y necesidades. Y yo lo que veo que se pone en jaque es el compromiso entre las personas. Me cuestiono hasta qué punto nos hacemos cargo de lo que decimos/hacemos o dejamos de decir/hacer.

Ya sea a través del whatsapp que se utiliza en el público más latino o a través de Messenger de face para Norteamérica y gran parte de Europa, la mensajería queda bastante intermediada por las caritas de los emoticones que abundan por la nube digital. Esta simpática simbología, que aliviana sin dudas las conversaciones, también las trivializa. Así es que sin dejar de decir lo que se quiere, nada es tan grave o puede tomarse así tan en la profunda. Y aunque también permiten explicitar un deseo que de otra forma podría ser mucho más difícil decirlo abiertamente, pareciera ser que al igual que el alcohol en una fiesta, el estar detrás del Smartphone que sea, también “envalentona” de sobremanera: comunicar al otro lo que le pasa o lo que quisiera hacer a través de caritas traviesas, de tristeza o de enojo… Por ejemplo, facilitan dar licencias de decir pesadeces que no suenan como tales, dar rienda suelta a la ternura (lo cual se agradece en personas que no tienen muy a la mano esta emoción) y permite explotar la veta humorística.

Estos códigos flotan en un plano de la subjetividad que da mayor espacio para que el interlocutor rellene los aspectos del mensaje a su propio arbitrio, lo cual puede generar también mayor confusión y desazón. Porque cada uno puede entenderlos según el deseo que proyecte, la carencia que tenga o lo que su estado emocional momentáneo le susurre al oído.

Como sea, sobre todo en la época del galanteo y conquista, pareciera ser que el teléfono y las temibles “citas” iniciales han sido destronadas irrevocablemente por estos métodos que te dan más “licencias” para expresarte sin pudor. Y a la vez, controlan de manera mucho más efectiva el compromiso en las relaciones al no hacerse cargo 100% del poder transformador de la palabra y quizás al sumirnos en un mundo más interpretativo aún del que ya habitábamos. Y es que al quedar desprovisto del poder de las miradas, el volumen de la voz y las latencias de respuesta en una conversación más directa, es como que una fuente de retroalimentación importante se termina ahí también.

Ahora el otro lado de las relaciones mediadas por las redes también es súper interesante. Frecuentemente tienen el efecto de prolongar el contacto con las personas de manera más indefinida. Es decir, pase lo que pase, siempre tendremos al menos una ventana para saber qué es de la vida de alguien.

Haciendo un recuento para atrás me doy cuenta de que mantengo cierto grado de contacto con prácticamente todas mis exparejas y los “pinches” eternos de mi adolescencia, los cuales en algún momento de la vida fueron significativos para mí. Y lo siguen siendo. La verdad es que gracias a las redes sociales sigo conectada con ellos o al menos me voy enterando de sus pasos y elecciones de vida. Todos estamos más grandes (o viejos), algunos de ellos más guatones, pelados, y otros que por supuesto nunca dejaron de cuidarse y hoy están más buenos que el vino. Pero en definitiva, cada uno siguió con sus vidas y yo puedo constatarlo.

Y así es como se nos abre un nuevo campo relacional que evidentemente nos plantea nuevos desafíos para que podamos adaptarnos una y otra vez.

Por este motivo que quizás hoy las separaciones no sean como antes. Hace no muchos años atrás, cuando querías poner término a una relación, lo hacías y punto. Generalmente dejabas de frecuentar ciertos lugares, borraba el número de teléfono y lo eliminabas de tu directorio de contactos del antiguo messenger de hotmail. Y con eso bastaba o por lo menos, permitía que desaparecieras por un buen rato hasta que después diera lo mismo un encuentro casual.

Pero la realidad de hoy me resulta diferente. Si quieres perder contacto con alguien es más difícil porque nadie se separa realmente de nadie. Las parejas que rompen pueden seguir enterándose de lo que hace el del al lado porque existen herramientas como Facebook, por ejemplo, en las que no sólo te conectas con “la” persona (lo cual si así fuera simplificaría mucho los procesos de quiebre), sino que con toda la constelación de redes que rodean como amigos, familias, actividades y lugares comunes…

Así es que en estos días que corren más vale ir entrenándose en la práctica del desapego consciente. Y esto es lo que requiere la capacidad de cerrar. De lo contrario es difícil que suceda o por lo menos lo puede llegar a hacer cuesta arriba porque ya no está en el imaginario qué es lo que estará haciendo tal o cuál persona, sino que por el contrario, puedes verlo porque las redes te lo indican a cada momento a través de etiquetas, imágenes de Instagram y “estado" de whatsapp, skype o facebook.

Me impresiona y maravilla a la vez el cómo se pueden construir y mantener relaciones a través del tiempo y sin importar cuán lejos este la otra persona. Si se trata de generar espacios de cotidianidad hoy puedes acostarte en un extremo del mundo habiendo compartido vía whatsapp y si la diferencia horaria lo permite, levantarte con esa persona porque no dejamos nunca de estar conectados los unos con los otros.

Se me viene a la mente el proceso de domesticación del principito con el zorro. Para llegar a ser alguien necesario para el otro primeramente se debían “crear lazos”. Y yo veo que pese a todas las complejidades que planteaba anteriormente, las redes sí lo permiten porque son puentes que se tienden.

En el plano personal, estando lejos he podido conocer a personas maravillosas que en Chile nunca me di el tiempo para hacerlo y que allá comenzamos a escribirnos cuando se enteraron de que había viajado y hoy puedo decir que somos amigos. También con mi pareja. Él ahora está lejos y yo puedo mantener una cotidianeidad que nos permite inclusive, preparar una comida especial a la luz de las velas y cenar juntos vía Skype para el 14 de febrero. Quizás que en este caso particular los años que llevamos juntos facilitan una continuidad más fluida.

Como sea, gracias a las redes nadie puede decir que haya perdido de vista completamente a esas personas que nos marcaron en mayor o medida. Y si hay alguien que sí es capaz de cortar con todas la tecnología fluyendo a raudales, lo admiro profundamente. Y no es que me la pase fisgoneando en la vida ajena pero quién puede decir que no sienta nada de curiosidad o que no diga “¿Qué habrá sido de esta persona…? A ver si la encuentro”. 

jueves, 4 de febrero de 2016

Certificado médico: Eximida de hacer deportes


Rp. CERTIFICADO
"El médico pediatra que remite,
certifica que Victoria Valenzuela Mazzocchi
tiene ASMA BRONQUIAL por ejercicio,
por lo que solicito NO EVALUAR
pruebas de resistencia o carreras
de más de 3 minutos".

Principios de marzo de 1990. Cuarto básico y celebraba en silencio el verdadero tesoro que llevaba en la mochila. La misma que cargué abrazada durante todo el trayecto, viajando en “liebre” escolar rumbo al colegio. Cada tanto metía la mano como para comprobar que estuviera efectivamente ahí… Y sí… Ahí permanecía plegado en cuatro y ubicado prolijamente dentro de la agenda, tal como la había guardado antes de partir. No se me fuera a estropear -o peor aún- extraviar el bendito certificado médico que me eximiría por fin del calvario de educación física... Si ya hasta el nombre de la asignatura me generaba angustia.

Sólo así recuperaría la alegría de los lunes, martes y miércoles ¡Sobre todo los miércoles! Porque precisamente ese día, mi colegio imponía las llamadas “mañanas deportivas” para todos los alumnos sin excepción que cursaban de primero a cuarto básico. Los lugares eran siempre los mismos: las canchas del Alejo Barrios en el cerro de Playa Ancha en Valparaíso o el estadio Sausalito de Viña del Mar. Para mí la experiencia era un verdadero suplicio. Es más, creo que los hombres y específicamente del tipo “peloteros” eran los únicos que disfrutaban la jornada porque al final todo se resumía en una gran “pichanga” en donde el foco de atención de los profesores se dirigía hacia la pelota. El resto de las niñas o los niños que no se sumaban, deambulaban toda la mañana "peluseando" de aquí para allá, haciendo guerra de barro, tirándose piedras, adoptando a perritos perdidos o jugando al semáforo en el mejor de los casos. A veces nos divertíamos y otras nos aburríamos como soberanas ostras. Sin embargo, poco importaba esto porque como fuera, había que esperar hasta las 2:00 PM para retornar en la chatarrienta micro, con fatiga y soportando los olores propios de los compañeros que habían sudado toda la mañana por derrotar al equipo contrincante.

Así es que "Adiós Educación Física, fue un disgusto conocerte". Prefería estudiar primeros auxilios para rendir las pruebas teóricas hasta cuarto medio, antes que volver a la cancha. Al menos quizás de algo me serviría algún día. Mientras me acercaba más y más al colegio, sonreía de sólo pensar en lo que haría con todo el tiempo libre que tendría de aquí en más. Libertad y felicidad. Ya no más burlas de mis compañeros por correr lento, por tenerle miedo a la pelota y no tener la destreza para "achuntarle" a la aro del basquetbol, al arco del futbol o traspasar la malla en voleybol. Porque con una mano en el corazón y siendo bien honesta, era malísima con todo lo referente a cualquier destreza física. A tal punto que no daba lo mismo qué equipo me tocara o en qué posición ubicarme porque conmigo nunca se sabía… si hasta siendo defensa me había convertido en la temible de los autogoles. 

Menos mal que tenía otras habilidades, como el arte y el área humanista, ya que con esto mejoraba mi promedio de notas que se veía evidentemente perjudicado con las calificaciones en deporte y de paso, compensaba en algo mi esfera social después de lo estigmatizante que puede ser para un niño el ser "negado" para el deporte. Bien es sabido que la autoestima se forja durante la infancia, amparándose en gran medida sobre las destrezas y la relación con el cuerpo. Los chicos más exitosos en el colegio en término de popularidad, ganar aceptación o capacidad de generar redes sociales, son precisamente aquellos que se destacan por sus habilidades deportivas y por ende se encuentran en buena forma. Además ganan infinitamente en competencias como liderazgo, compañerismo y trabajo en equipo.

Los años pasaron, salí del colegio totalmente eximida, me titulé de una carrera por supuesto que humanista y fui siguiendo todos los pasos esperados para una mujer promedio como yo. Y a pesar de que modestamente creo que me fue bien, continuaba con esta sensación de fracaso personal. Con envidia miraba desde la ventanilla de mi auto a esos típicos corredores que se toman las calles de la ciudad, pensando en que si tendrían algo mejor que hacer con sus vidas o preguntándome si trabajarían, mientras yo al igual que millones de ciudadanos más, permanecíamos atorados en un fastidioso taco, tratando de trasladarnos desde un punto de la capital a otro, rumbo a la oficina.

Fue a propósito de un programa de coaching ontológico en el que me hice consciente de la mala relación que tenía con mi cuerpo. Francamente ni lo registraba, fumaba, me alimentaba mal, bebía socialmente, dormía poco y sobre todo, llevaba una vida 100% sedentaria… en otras palabras un estilo semejante a una larva. Con todo, constaté por primera vez que realmente no me quería tanto como pensaba y necesité apoyo real para poder desafiar los juicios sobre mí que durante años fue tejiendo: “soy perezosa, soy inconstante… etc, etc”. Para más remate, ya a esas alturas había asumido mi condición de infertilidad, con lo cual tenía un motivo más para estar enojada con mi cuerpo. 

En medio de este remezón, decidí cambiar mi vida. Si bien, no podía cambiar mi diagnóstico, sí podía reconciliarme conmigo. Era algo que lo necesitaba, que me lo estaba debiendo hacía mucho tiempo. Para impulsarme decidí ponerme una meta de largo plazo que fuese desafiante y que sin dudas representara un hito digno de orgullo personal: correr mi primer maratón. Como era de esperar, salvo un par de personas, mi círculo cercano jamás se lo tomó muy en serio. Mi padre me advertía con preocupación: "Victoria, eres una Valenzuela y punto. Somos todos alfeñiques para el deporte: tus tíos, primos, abuelos... Está en nuestra genética y no podemos hacer nada para cambiarlo ¿O acaso quieres terminar con un infarto al corazón? Olvídate de correr y ponte a estudiar si quieres hacer algo.

Ese era el escenario. Es más a ratos ni yo misma me lo creía y pensaba en un objetivo más cercano como mis primeros 5K en vez de 42K para no desmotivarme de ver la cima tan lejos.  

Pero como sea, ya estaba decidido y recuerdo que el día escogido para partir fue una mañana de julio del 2013, precisamente la más fría del año. El termómetro marcaba un par de grados bajo cero y yo corría por el parque bicentenario con unas zapatillas Converse de lona, gorro, bufanda, parka de pluma y un buso horroroso que más bien parecía pijama. Y aunque jamás lo hubiera podido imaginar si quiera, ese fue el comienzo de una nueva vida.

Hechos milagrosos y actos voluntarios comenzaron a ocurrir: dejé de fumar definitivamente sin recaídas, comencé a desarrollar lentamente capacidad aeróbica y comencé a enamorarme de los momentos en que salía a correr. Disfrutaba inmensamente los atardeceres, ver caer el sol y perderse entre los edificios y sobre todo estar en silencio. Quizás alguien más docto podría corregirme pero descubrí una especie de meditación en movimiento. Por primera vez lograba conectar con mi cuerpo, sentir las pulsaciones, la respiración más intensa, la tensión sobre el cuello y la espalda… Todo en su conjunto.

Para sostener aún más el inicio a una vida más saludable, decidí lo que antes hubiese sido una pérdida de tiempo y plata: inscribirme a un gimnasio. Y a pesar de que me costó adaptarme al estilo, las personas y al trabajo que se realiza ahí, en unos meses ya podía moverme más cómodamente.

Evidentemente tuve que enfrentarme con temores internos y sobreponerme al juicio de los demás. Recuerdo que un profesor en el gimnasio me dijo:

-         ¨Victoria. Es muy difícil que lo consigas ¡Tú comenzaste 30 años tarde!"

Menos mal nunca le hice caso, más allá de reírnos un buen rato por su desalentador veredicto. Así es que hoy puedo decir que con perseverancia y aceptación de mis limitaciones tanto físicas como mentales, pude lograr mi sueño que fue terminar mi primer maratón y con ellas dejar atrás mi pasado de desaciertos deportivos escolares y frustración con mi cuerpo.

Durante mi nuevo camino, he podido cosechar nuevas amistades y experiencias maravillosas como subir cerros los fines de semana. Sin embargo, tengo que reconocer que lejos mi mayor aprendizaje es sentir que “sí soy capaz” y ya no hay nada ni nadie que pueda convencerme de lo contrario ;-)