Estos días han sido tan revueltos. De locos. Idas y venidas, traslado de
mis cosas, poner todo en orden para llegar a tiempo de cerrar “el boliche” a
fin de mes y volar con nada más que mis dos maletas y mi gata de vuelta rumbo
al norte del continente. Por más que me esfuerce en ser minimalista, fue
inevitable enfrentarse a la agobiante selección de las cosas que se guardan con
el tiempo. Y aunque sentía real aprecio por muchas, no me quedó otra que cerrar
los ojos y soltar todo lo más que pude. Fue una prueba de desapego brutal,
porque aunque cuente con mis amigos que me harán el favor de guardarme cosas
tan preciadas como mi piano, cuadros y muebles restaurados…el dejarlos atrás me
ha costado algo más de lo que pensé. “Soy tan sentimental” me recrimino siempre.
Pero si me detengo un poco para reflexionar, es un costo marginal frente a este
estilo de vida que resulta bien poco convencional según mis modelos familiares
disponibles.
Así es que a pesar de que todavía me espera un fin de semana más de orden
para terminar de desocupar la bodega y dejar vacío el departamento, soy
consciente de que este camino lo estoy eligiendo yo y que a fines de este mes regresaré
a Estados Unidos en busca de mis afectos y la vida que dejé stand by en
noviembre del año pasado.
Haciendo un recuento hacia atrás, ya vamos a cumplir un año que iniciamos
este experimento loco, un poco conversado y otro poco improvisado con Andrés.
En vista de que las cosas no se veían muy bien desde el punto de vista personal
y de pareja, decidimos aplicar un sistema que no truncara el desarrollo
profesional de cada uno y las ganas de emprender nuevos desafíos.
De esta manera que resolvimos apartarnos de la ruta que han iniciado la
mayoría de nuestros amigos y conocidos, para diseñar una vida acorde a nuestra
nueva realidad y que de todas formas nos abriera las puertas para transitar por
nuevas aventuras y desarrollarnos en tantos niveles como sea posible. Por
nuestras profesiones y visas, la realidad es que no tenemos las mismas
oportunidades y el hecho es que yo como psicóloga no puedo ejercer en ningún
caso a menos que hiciera un doctorado que está nada más lejos de mis
aspiraciones de corto plazo. Así es que después de abrir muchas conversaciones
y negociaciones, finalmente resolvimos vivir seis meses juntos y seis meses
separados durante los años que sea necesario. Y es que ninguno quiere coartar
el desarrollo y la vocación del otro.
En mi experiencia, cuando se opta por una familia de a dos -vale decir sin
hijos- uno de los valores fundamentales que se ponen sobre la mesa es una
libertad infinita para viajar, emprender, estudiar y hacer todas esas cosas descabelladas
que siempre soñaste pero que tarde o temprano debes renunciar por un buen
tiempo hasta que tus hijos sean independientes. Quizás lo que se tranza acá es
la estabilidad a cambio de la libertad.
En una oportunidad, terapiándome con mi psicóloga yo le preguntaba con
preocupación qué pasaba con mis raíces, que sentía como si no tuviera. Un
cambio tras otro, de casa, de ocupación, de ideas y proyectos. Recuerdo que después
de hacerme abrazar los árboles de una plaza por un largo rato, me dijo algo que
me hizo tanto sentido y que tiene que ver con el hecho de que hay personas más
etéreas que otras, pero que no significa que no tengan arraigo. Por el
contrario, si lo tienen pero sus raíces no son las cosas ni los lugares, sino que
las relaciones. Y en mi caso es así. Vivo rodeada de amigos entrañables con los
que he cultivado relaciones profundas y en realidad es la gente que quiero la
que me hace volver a los lugares y me da la libertad de partir en un nuevo
viaje ya que de alguna forma siempre están conmigo. Conectados permanentemente.
Aterrizando todas estas reflexiones a un plano más concreto, la ruta se
despeja de la niebla que me producen los temores y el mirar para el costado.
Así es que mientras esté en Estados Unidos podré dedicarme de cabeza a escribir
y acá en Chile, continuar con mis procesos de coaching individual y
organizacional. No tengo idea cuánto iremos a sostener este sistema, pero lo
cierto es que le da un nuevo impulso a una relación que venía a la baja desde
hace ya un tiempo. Y no creo que él se enoje al leer esto que escribo porque es
la pura verdad.
Después de cuestionamientos eternos e infinidades de planes que no pasaron
de ser propuestas para morir en el océano de las intenciones, hoy siento que
por primera vez nos decidimos en dar un salto motivado ya no desde la
plataforma del “deber” sino que impulsados por el trampolín del “querer”. Mi
sensación es de no tener límites para nada. Es un volver a descubrir el mundo y
ver la vida con nuevos ojos para comenzar a trazarla desde ahí. Siento que de
alguna forma me cansé de ser la oveja que sigue fielmente a un rebaño desprovisto
de sentido, solo para cumplir con los mandatos sociales establecidos. Siendo
bien honesta, tampoco cuento con la disposición anímica para resignarme a esta
condición. Algo en mi se ha despertado, un fuego interno y rebelde que se
resiste a seguir buscando encajar o amoldarse para ser aceptado. Muchos años
perdí en este camino estéril. Por el contrario, mi declaración hoy es fluir con
la vida y con aquello esta vez se acomode sin necesidad de forzar su curso
natural. Quizás con qué me sorprenda.
Sé que muchas personas que forman parte de nuestro entorno no lo entienden
y tampoco espero que lo hagan. La verdad es que si me lo hubiesen contado hace
un par de años, cuanto estaba en medio de los tratamientos de fertilidad y las
terapias de pareja, jamás lo hubiese creído. Pero mi realidad de hoy es muy
distinta y ya no estoy dispuesta a seguir empeñando mi felicidad por nada ni
por nadie. He dicho.