Si eres de
espíritu joven y ligero -no importa la edad que tengas-, probablemente Ibiza
sería un destino interesante para sumar en tu hoja de ruta. Hace un par de años
que voy y la verdad es que no pienso dejar de hacerlo porque nunca termino de
maravillarme con esta mágica isla. Esta última vez, apenas aterrizamos con mi
pareja del avión, arrendamos una moto que nos acompañó los ocho días que duró
nuestra estadía. Así nos olvidamos de los taxis y la locomoción pública para
enfocarnos exclusivamente en el disfrute. ¡No había tiempo que perder! Con el
tiempo a nuestro favor y el mapa en el bolsillo (porque esta vez no quisimos
pagar el fee extra del GPS), fuimos descubriendo cada cala o playita que se escondía
detrás de los roqueríos, senderos de campo o bajo los acantilados.
No teníamos un plan
predeterminado, sino que siguiendo los cuatro puntos cardinales, fuimos
agarrando los caminos que más nos gustaban. Así es que guiados por nuestra
intuición, el aroma a azahar y las ganas de perdernos por los agrestes parajes que
descansan mecidos por el viento tibio del mediterráneo, llegamos a verdaderos
paraísos vírgenes. Allí no hay comercio, ni hoteles, ni nadie más que el isleño
o el español que ha venido siempre y que prefiere retirarse de los puntos de
mayor ruido. Si te da hambre o sed, puedes comprarles licores, refrescos y algo
más a los lugareños que te sirven los brebajes preparados al instante como si
fuera gran una barra ambulante.
Es un agrado esperar
la puesta de sol contemplando la diversidad de personas que se han ido
asentando en este fascinante lugar. No en vano hay muchas historias que hablan
de la energía especial que transmite la isla. De hecho, son miles de viajeros y
artistas que llegan buscando respuestas para sus vidas o alguna inspiración que
les dé fuerzas para continuar con su camino. No sé que hay de cierto en todo
esto pero lo que sí sé es que hace un año aquí mismo, me animé para comenzar la
novela que estaré publicando próximamente y yo no tenía forma de saber sobre
ninguna magia especial.
Ibiza tiene toda
la personalidad latina que se derrocha a raudales, proveniente principalmente
de españoles, portugueses e italianos que siguiendo el canto de las gaviotas,
llegaron a establecerse con algún chiringuito, café o simplemente a ofrecer su
arte con artesanías de diverso tipo. Por las conversaciones que pude tener,
podría pensar que generalmente son personas que aman su libertad y que
hastiadas con el modelo capitalista, optaron por llevar una vida más austera y
con mayor consciencia sobre aquello que los apasiona y los hace feliz.
Una de las cosas
que más me llamó la atención, fue la cantidad de mujeres latinas provenientes
de Argentina, Brasil, Chile o Colombia que de paso por la isla (en lo que
pretendía ser un punto de tránsito para seguir por Londres, Berlín o
Australia), conocieron a un isleño y no regresaron nunca más a sus países de
origen. Así de radical. Yo que me creía tan valiente por haber salido de mi
chileno cascarón, me quedé asombrada con su nivel de arrojo y determinación,
una vez que tomaron la decisión de partir sin mirar hacia atrás.
Me fijé que en
todos los casos había una especie de sentimiento de insatisfacción con el
estilo de vida que llevaban. Recuerdo, por ejemplo, a la bella Camila, una
periodista que trabajaba en una empresa de medios y que cansada de las jornadas
interminables –en donde el único tiempo que le quedaba era para llegar a su
casa, ordenar, lavar la ropa, ir al supermercado y dormir– decidió tomarse unas
vacaciones más largas. Días y ahorros tenía de sobra porque tres años pasaron
sin salir a ninguna parte. Tenía 29 años cuando aterrizó en la isla en lo que
sería una escapada de un fin de semana y jamás se imaginó que nunca llegaría al
sudeste asiático como había planificado durante tanto tiempo. Porque la primera
noche en que salió a pasear para echar un vistazo a su alrededor, conoció a un
italiano, se enamoraron, se casaron y hoy día trabajan juntos en un lugar que
prepara zumos de frutas y platos veganos.
Él es ayudante de
cocina y ella mesera. Comparten los gastos y con lo que reciben, viven en una
cabaña rodeados de naturaleza. Con sus mejores amigos de vecinos, cultivan en
su propia huerta y llevan una vida sin apuros, pero con todas sus necesidades
cubiertas y comodidades. La mejor parte es que sólo la mitad del año se trabaja
porque con lo que se gana en temporada alta, alcanza para solventar el año
tranquilamente. Así es como ha ido conociendo prácticamente toda Europa. Meses
viajando con su pareja y con amigos, tiene una larga bitácora de aventuras y
millones de experiencias que atesorar en su memoria.
–Cuando llegué yo venía cargada. No me daba
cuenta lo frustrada que me sentía y me tomó tiempo hacerme consciente de la rabia
que traía conmigo. Recuerdo que un día y por una tontera, golpeé la pared con
mi puño. Se me fracturó este dedo. Mi pareja se preocupó, intentó apoyarme,
pero yo le dije que esto era algo mío y que encontraría la manera de curarme–.
Y fue así que Camila comenzó a tejer al telar. Tejió y tejió hasta que fue recobrando
la movilidad y hoy se encuentra no solamente recuperada de su dedo sino que
también del alma –Esta isla me sanó.
Y mientras me lo
cuenta, se da vuelta a mirar a su hombre que la saluda desde la cocina del
local. Se contemplan con ternura y luego se vuelve a mí con una sonrisa de
satisfacción. Y es que nada puede igualarse al sentimiento de orgullo por haber
logrado salir del sistema asfixiante que la tenía atrapada y darle un vuelco a
su vida en 180 grados. Me dice despacito que a sus padres les costó asumir que
su hija dejaría la carrera más profesional por venirse a la isla para trabajar
en algo tan diferente. Pero bastó con una temporada de ellos en la isla, para
que terminaran en la misma sintonía y convencidos de que fue la mejor decisión
que pudo haber elegido su hija. Me confiesa entre risas que ahora aman más a su
yerno que a ella.
Ya de vuelta en
mi casa y mientras observo el mandala que Cami nos regaló al momento de
despedirnos, pienso en el misterio de la vida. Qué hay de cierto en el destino
y cuánto es lo que se pone en juego con las decisiones y riesgos personales, en
la construcción de la felicidad.
Hace unos días
ese mandala no era más que madera, plumas e hilos inertes. Pero después de su
experiencia, hoy ella es capaz de dar vida y tejer una representación de la
isla a todo color. Qué maravillosa transformación que hizo de sí misma. Pudo
transmutar algo doloroso en una pasión, que es tejer. Siento que una parte de
ella me acompaña ahora. Y este amuleto me recordará siempre su ejemplo de
valentía y coraje.
Seguramente deben
haber otras tantas historias con diferentes finales y destinos menos afortunados.
Pero no tuve la oportunidad de conocerlas. Sin proponérmelo me conecté únicamente
con mujeres poderosas como Camila, Paulina y Alejandra que llegado el momento
tuvieron que empoderarse para tomar las riendas de su vida, atreverse y luchar
por aquello que sentían que merecían. Al
final, pienso que esa es la gran diferencia que marca los destinos de las
personas, aquellos quienes saben lo que valen, ejercen su derecho, de los que
no. Y que en definitivas cuentas, no es otra cosa que el derecho a ser feliz.