sábado, 28 de mayo de 2016

Cuando sopla el viento mediterráneo


Si eres de espíritu joven y ligero ­-no importa la edad que tengas-, probablemente Ibiza sería un destino interesante para sumar en tu hoja de ruta. Hace un par de años que voy y la verdad es que no pienso dejar de hacerlo porque nunca termino de maravillarme con esta mágica isla. Esta última vez, apenas aterrizamos con mi pareja del avión, arrendamos una moto que nos acompañó los ocho días que duró nuestra estadía. Así nos olvidamos de los taxis y la locomoción pública para enfocarnos exclusivamente en el disfrute. ¡No había tiempo que perder! Con el tiempo a nuestro favor y el mapa en el bolsillo (porque esta vez no quisimos pagar el fee extra del GPS), fuimos descubriendo cada cala o playita que se escondía detrás de los roqueríos, senderos de campo o bajo los acantilados.

No teníamos un plan predeterminado, sino que siguiendo los cuatro puntos cardinales, fuimos agarrando los caminos que más nos gustaban. Así es que guiados por nuestra intuición, el aroma a azahar y las ganas de perdernos por los agrestes parajes que descansan mecidos por el viento tibio del mediterráneo, llegamos a verdaderos paraísos vírgenes. Allí no hay comercio, ni hoteles, ni nadie más que el isleño o el español que ha venido siempre y que prefiere retirarse de los puntos de mayor ruido. Si te da hambre o sed, puedes comprarles licores, refrescos y algo más a los lugareños que te sirven los brebajes preparados al instante como si fuera gran una barra ambulante.

Es un agrado esperar la puesta de sol contemplando la diversidad de personas que se han ido asentando en este fascinante lugar. No en vano hay muchas historias que hablan de la energía especial que transmite la isla. De hecho, son miles de viajeros y artistas que llegan buscando respuestas para sus vidas o alguna inspiración que les dé fuerzas para continuar con su camino. No sé que hay de cierto en todo esto pero lo que sí sé es que hace un año aquí mismo, me animé para comenzar la novela que estaré publicando próximamente y yo no tenía forma de saber sobre ninguna magia especial.

Ibiza tiene toda la personalidad latina que se derrocha a raudales, proveniente principalmente de españoles, portugueses e italianos que siguiendo el canto de las gaviotas, llegaron a establecerse con algún chiringuito, café o simplemente a ofrecer su arte con artesanías de diverso tipo. Por las conversaciones que pude tener, podría pensar que generalmente son personas que aman su libertad y que hastiadas con el modelo capitalista, optaron por llevar una vida más austera y con mayor consciencia sobre aquello que los apasiona y los hace feliz.

Una de las cosas que más me llamó la atención, fue la cantidad de mujeres latinas provenientes de Argentina, Brasil, Chile o Colombia que de paso por la isla (en lo que pretendía ser un punto de tránsito para seguir por Londres, Berlín o Australia), conocieron a un isleño y no regresaron nunca más a sus países de origen. Así de radical. Yo que me creía tan valiente por haber salido de mi chileno cascarón, me quedé asombrada con su nivel de arrojo y determinación, una vez que tomaron la decisión de partir sin mirar hacia atrás.

Me fijé que en todos los casos había una especie de sentimiento de insatisfacción con el estilo de vida que llevaban. Recuerdo, por ejemplo, a la bella Camila, una periodista que trabajaba en una empresa de medios y que cansada de las jornadas interminables –en donde el único tiempo que le quedaba era para llegar a su casa, ordenar, lavar la ropa, ir al supermercado y dormir– decidió tomarse unas vacaciones más largas. Días y ahorros tenía de sobra porque tres años pasaron sin salir a ninguna parte. Tenía 29 años cuando aterrizó en la isla en lo que sería una escapada de un fin de semana y jamás se imaginó que nunca llegaría al sudeste asiático como había planificado durante tanto tiempo. Porque la primera noche en que salió a pasear para echar un vistazo a su alrededor, conoció a un italiano, se enamoraron, se casaron y hoy día trabajan juntos en un lugar que prepara zumos de frutas y platos veganos.

Él es ayudante de cocina y ella mesera. Comparten los gastos y con lo que reciben, viven en una cabaña rodeados de naturaleza. Con sus mejores amigos de vecinos, cultivan en su propia huerta y llevan una vida sin apuros, pero con todas sus necesidades cubiertas y comodidades. La mejor parte es que sólo la mitad del año se trabaja porque con lo que se gana en temporada alta, alcanza para solventar el año tranquilamente. Así es como ha ido conociendo prácticamente toda Europa. Meses viajando con su pareja y con amigos, tiene una larga bitácora de aventuras y millones de experiencias que atesorar en su memoria.

­–Cuando llegué yo venía cargada. No me daba cuenta lo frustrada que me sentía y me tomó tiempo hacerme consciente de la rabia que traía conmigo. Recuerdo que un día y por una tontera, golpeé la pared con mi puño. Se me fracturó este dedo. Mi pareja se preocupó, intentó apoyarme, pero yo le dije que esto era algo mío y que encontraría la manera de curarme–. Y fue así que Camila comenzó a tejer al telar. Tejió y tejió hasta que fue recobrando la movilidad y hoy se encuentra no solamente recuperada de su dedo sino que también del alma –Esta isla me sanó.

Y mientras me lo cuenta, se da vuelta a mirar a su hombre que la saluda desde la cocina del local. Se contemplan con ternura y luego se vuelve a mí con una sonrisa de satisfacción. Y es que nada puede igualarse al sentimiento de orgullo por haber logrado salir del sistema asfixiante que la tenía atrapada y darle un vuelco a su vida en 180 grados. Me dice despacito que a sus padres les costó asumir que su hija dejaría la carrera más profesional por venirse a la isla para trabajar en algo tan diferente. Pero bastó con una temporada de ellos en la isla, para que terminaran en la misma sintonía y convencidos de que fue la mejor decisión que pudo haber elegido su hija. Me confiesa entre risas que ahora aman más a su yerno que a ella.

Ya de vuelta en mi casa y mientras observo el mandala que Cami nos regaló al momento de despedirnos, pienso en el misterio de la vida. Qué hay de cierto en el destino y cuánto es lo que se pone en juego con las decisiones y riesgos personales, en la construcción de la felicidad.

Hace unos días ese mandala no era más que madera, plumas e hilos inertes. Pero después de su experiencia, hoy ella es capaz de dar vida y tejer una representación de la isla a todo color. Qué maravillosa transformación que hizo de sí misma. Pudo transmutar algo doloroso en una pasión, que es tejer. Siento que una parte de ella me acompaña ahora. Y este amuleto me recordará siempre su ejemplo de valentía y coraje.

Seguramente deben haber otras tantas historias con diferentes finales y destinos menos afortunados. Pero no tuve la oportunidad de conocerlas. Sin proponérmelo me conecté únicamente con mujeres poderosas como Camila, Paulina y Alejandra que llegado el momento tuvieron que empoderarse para tomar las riendas de su vida, atreverse y luchar por aquello que sentían que merecían.  Al final, pienso que esa es la gran diferencia que marca los destinos de las personas, aquellos quienes saben lo que valen, ejercen su derecho, de los que no. Y que en definitivas cuentas, no es otra cosa que el derecho a ser feliz.

sábado, 21 de mayo de 2016

Milano con aroma a jazmín


Ya de regreso de una escapada por un pedacito del viejo continente, voy hacia la ventanilla del avión con mi nuevo amigo: Luciano. El mismo que saltó de su asiento para ayudarme a guardar mi equipaje de mano, apenas me vio aparecer por el pasillo en dirección a su fila. Es un hombre de unos 65 años que irradia una alegría que me contagia. Y razones le sobran, porque es su primer vuelo y nada menos que para atravesar el océano Atlántico.

¡Voy a América!– Me dice con unos ojos celestes que le brillan más que el cielo en primavera –E`il mio primo viaggio lontano da casa mia. Non vedo come un bambino ¡Picolino!– Mientras se ríe con gracia, me invita a que me acerque, indicándome con el dedo en dirección hacia adelante: –Quelli… sono i mei amici.

Y al asomarme para buscar a sus amigos, los encuentro con la vista clavada en mí y con la misma picardía que a unos niños pequeños a punto de hacer una travesura. Detrás de los asientos, solo puedo verles los ojos achinados de la risa. Ambos me saludan entusiasmados, como haciéndome cómplice de lo que estaba a punto de ocurrir. El viaje de sus vidas.

Luigi e Mariano. Quel ragazzo ahí e Alberto, figlio de Luigi e giocatore di calcio in Inghilterra, prima squadra divisione (delantero del Swansea City, equipo de Inglaterra de la Premier League)– Y me mira levantando las cejas, asintiendo con la cabeza lentamente, tal como reafirmara “el mismo que viste y calza”.

Yo sinceramente nunca lo había escuchado, pero decido seguirle la conversación y ver hasta qué lugares me lleva con su historia. Y la verdad es que me conmovió. Hace más de 50 años que coincidieron en el mismo barrio que los vio nacer, crecer y envejecer. Veranos completos corriendo en las soleadas aceras de Bérgamo, estudiando en la misma escuela y comiendo la pasta, se fueron enlazando lentamente como se unen las hebras en una máquina de coser, hasta que el tiempo fue pasando y el entramado se hizo indestructible. Ninguno fue a la universidad, sino que trabajaron ni bien terminaron la secundaria. Luego se casaron, tuvieron hijos y después nietos. Hoy ya no trabajan como antes, más bien disfrutan de aquello por lo que se esforzaron durante la vida completa. Así es que esas jornadas interminables en el trabajo, han sido reemplazado por los juegos con sus nietos, pizzas por las tardes y fútbol los domingos. Eso sí que es sagrado.

Y un día como hoy, se encuentran todos embarcados rumbo a la aventura. Porque como regalo sorpresa, Alberto (el jugador de futbol y el hijo mayor de uno de ellos), los ha invitado a Las Vegas “tutto pagato”. Cuando aterricen harán conexión a New York al igual que yo para tomar el vuelo a las tierras prometidas. Allá una limosina los estará esperando para conducirlos al hotel que los hospedará durante su estadía. Serán seis días de aventuras impregnadas de viejos recuerdos, anécdotas, carcajadas y luces de cine. Si parecen bambinos, se paran, se sientan y se matan de la risa con las azafatas que les siguen el amén en todo. En realidad somos el sector más desordenado de todo el avión. Yo me río con las locuras aunque entienda la mitad de lo que dicen, pero así es el italiano… se puede descifrar fácilmente.

Pienso que la vida está llena de momentos únicos, sólo hay que estar atentos para no dejarlos escapar. Y esta escena resume mucho de lo que he podido vislumbrar acá, porque me he quedado realmente sorprendida con Milano. Y no precisamente por el magnífico Duomo, la Madonna o el fresco de La Última Cena de Leonardo Da Vinci, que sin dudas forman parte del patrimonio cultural que ofrece esta ciudad. Esto es espectacular y habría que ser bruto para no apreciarlo, pero lo que más me hizo sentido fue el estilo de vida que pude constatar en la medida que me iba internando por cada rincón de este hermosa ciudad. Callejuelas estrechas con suelo de adoquín oscurecidos por los siglos, contrastan con el ocre envejecido de las casas de cuyas jardineras se derraman cascadas de flores en tonos rojos, amarillos, blancos y fucsias. Solo hay espacios para motonetas y bicicletas, los anaranjados tranvías y automóviles circulan en las calles principales y perimetrales. El resto son peatonales –como las que se ubican en el tradicional barrio Brera o al borde del río por el paseo Naviglio– para perderse en una dimensión fuera del tiempo y dejarse llevar al son del acento italiano.

Caminando un día cualquiera, te das cuenta por qué tiene la fama de ser capital de la moda. Acá conviven diferentes estilos cuidadosamente armados según la edad y la personalidad, que dan cuenta de un sentido estético supremo. No importa a qué generación pertenezcas, tu ocupación o la religión que profeses, todo luce sofisticado y cool. Polleras de diferentes telas, coloridos y largos: plisadas, vaporosas, rectas o estampadas, se llevan con zapatillas caña alta, botines o sandalias. Hombres con trajes ajustados en tonos azul cobalto o celeste, con un clavel o pañuelo en la solapa y mocasines de cuero burdeo brillante sin calcetines, que completan con una cabellera prolijamente larga y peinada hacia atrás. También puede ser el rapado a los costados y largo adelante, que algunos acompañan con barba o patillas cuidadosamente formadas. Como sea, el conjunto genera en el viajero un impacto tal que es imposible no sentir el impulso por entrar de urgencia a una casa de moda para estar algo más a tono. Y no exagero.

Pero al sobreponerse a este shock inicial, comienzas a captar códigos particulares que dan cuenta de una manera de mirar el mundo, sobre todo en materia del disfrute. Ya que en vez de encontrar farmacias o sucursales bancarias en cada calle (como abundan en otros países que yo conozco), acá las pizzerías, gelatterias, trattorías, vinotecas y osterías se toman las calles, repletándose hasta que no quepa ni un solo alfiler. Y es que el espacio no solo se colma con los cuerpos, también son las conversaciones, risas, gritos y cantos que ocupan un lugar importante de la interacción entre su gente. Con un triángulo de pizza en la mano y el otro agitándose para enfatizar alguna opinión, beben y fuman en cantidad.

Yo no entiendo cómo con todo lo que consumen, hombres y mujeres, pueden verse tan bien. Si sólo con la mitad yo estaría rodando como una bola. No me entra en la cabeza qué maravillosa receta se guardan los italianos para gozar a lo grande y verse siempre tan bien. Y sinceramente no creo que sea el tipo de maquillaje, efecto visual o que escondan fajas debajo de sus ropas. Conversando con los locales me cuentan que en realidad así como se come, también se ejercitan. No importa la condición socioeconómica que tengas, acá al igual que en España, por ejemplo, la tendencia a entrenar diariamente para mantenerte en forma, va en aumento. Y es impresionante ver en qué estado físico están. Yo pienso que mucho tiene que ver la genética pero es indudable que el cuidado físico contribuye enormemente.

Al igual que en Roma, Florencia o Venecia, el disfrute es transversal y eso produce naturalmente que haya mejor calidad de vida. Personas tomándose los espacios libres, bicicleteando sus paseos, leyendo un buen libro, desconocidos conversando de una mesa a otra como si fueran grandes amigos… Y por supuesto las mascotas. Acá los animalitos son parte de la familia y no tener un perro o un gatito es como que te falta un pedazo. En resumen, hablamos de una integración perfecta entre familia, sociedad y espacio urbano.

Particularmente en primavera, encuentras la ciudad brotada de azahares y jazmín que impregnan las plazas y calles hacia donde quiera que mires. El espacio público es sagrado. Se utilizan mucho las veredas como extensión al local para hacer vida social, así hay algunas más populares en donde prácticamente no puedes avanzar mucho porque se encuentra atestada de multitudes conversando y riendo alegremente con un café, un vino rosso de la Provenza o un Aperol Spritz.

Indudablemente que como en todo lugar en el mundo, debe haber un millón de puntos desfavorables, como el tráfico, la impaciencia y quizás qué otras cosas más, pero sin dudas una estancia por acá invita a anclarnos en el presente, vivir más apasionadamente y disfrutar con estilo el gusto por la gastronomía, el arte y la moda. Al final, qué bien que hace sentirse bien y conforme con uno mismo. Es como una actitud que nace en el interior y que luego se proyecta hacia afuera. A veces es más permanente y otras, son algunos días, según el estado de ánimo y las circunstancias que se atraviesen. Pero cuando nos sentimos a gusto, es como si se dibujara una sonrisa interior.