lunes, 11 de enero de 2016

Hogar, dulce hogar...


¿Para quién no es fundamental encontrar “su” lugar en el mundo? Y en el más literal de los sentidos. Un espacio que sea capaz de contener física y emocionalmente todas las complejas dinámicas que ocurren en la vida de una persona, en interacción tanto con el mundo como consigo misma.

A partir del día en que volé del nido que me albergó desde mi infancia hasta que terminé la universidad, he tenido tantos cambios de casa que prácticamente ya perdí la cuenta de la cantidad de veces que he atravesado por el fastidioso proceso de embalar, transportar y sobre todo, botar a la basura cosas inútiles que se acumulan con el paso del tiempo bajo la mala excusa de que quizás algún día sirvan. Eso casi nunca ocurre y el hecho es que al levantar ancla para emprender nuevos rumbos, descubro que nuevamente he amontonado un cerro infinito de papeles, ropa, maquillaje y cajitas de cosas de-las-que-mejor-sería-desapegarse.

Desde que comencé una vida en pareja, he tenido prácticamente un cambio de casa por año. Y ya son ocho años los que llevo con él, así es que es la cuenta es fácil: ocho búsquedas, ocho negociaciones con los bancos, ocho momentos de espera por una respuesta afirmativa o negativa… ¡Ocho terremotos vitales y de grado ocho en la escala de Richter!

Durante muchísimo tiempo no fuimos capaces de encontrar qué tipo de hogar era el que se acomodaba a nuestro estilo de vida y personalidad. El peregrinaje comenzó en Chicureo, sector de Piedra Roja. Fue un acto impulsivo en el que nos dejamos llevar por la salida directa a una laguna, las dimensiones monumentales, el paisajismo, las instalaciones nuevas… todo nos cerró de manera aparentemente perfecta… ¡Soñado! Era realmente de película y representaba nuestra máxima aspiración en aquella época. Así es que después de visitarlo una única vez, esa misma tarde firmamos como dos hipnotizados, el cheque con la reserva de la casa que escogimos. Saliendo de la sala de ventas, nos abrazábamos de alegría por este acierto y esa misma noche fuimos a celebrarlo. Ni se nos pasó por la cabeza pensar en nuestro estilo más citadino, ritmo social, viajes por autopistas, peajes y una serie de ítems ocultos que hubiese sido importante dimensionar antes de tomar una decisión semejante.

Es fácil de presagiar lo que ocurrió. A los pocos meses colapsamos contra la realidad de una vida en los suburbios. Viajes todos los días, tanto en la semana para el trabajo, como los fines de semana para salir dentro o fuera de Santiago. Sin hablar del costo en tiempo y dinero para hacer los jardines, las pérgolas de estacionamiento, terrazas y una larga lista que es casi un must para los vecinos del sector ¿Resultado? Casa sola, jardín abandonado y nosotros afuera siempre. Creo que con suerte fui a visitar la laguna una mañana para tomar un café con la única conocida que hice durante esos meses de locos.

Así es que en menos de un año la vendimos para comprar otra que se veía perfecta por fuera pero que por dentro nada funcionaba… Y así sucesivamente, hasta que terminamos con una verdadera aversión inmobiliaria. Hoy me cuestiono cómo fue posible tanta locura y al mismo tiempo, trato de articular un argumento más o menos plausible para aquello que nuestros familiares y amigos no entienden.

La respuesta que tengo es que las decisiones que tomamos las hicimos basadas en lo que a nuestro juicio era socialmente valorado: la casa con patio, perros, piscina, quincho, bosquecillo de abedules, etc, etc... Quizás eso que se justificaría más en el caso de una familia numerosa para nosotros dos evidentemente carece de sentido. No me gusta el trabajo en el jardín (más allá de elegir las plantas y las flores para diseñar el patio), no sé nadar y tampoco me interesa aprender y mucho menos tengo la voluntad que se requiere para lidiar con los nidos de avispas, los techos rotos o las raíces de los árboles que obstruyen subterráneamente las cañerías de las casas. Cada semana sentía que tenía un frente diferente y esta realidad me superó.

Miro hacia atrás y ahora me río a carcajadas… ¡Qué más puedo hacer! Fines de semana completos cachureando desde el persa Bío-Bío hasta dar vueltas y vueltas por el Bazar ED para encontrar “eso” que le hacía falta a nuestra casa de paso. Tantas veces que experimentamos esa fugaz excitación por haber descubierto el juego de terrazas antiguo de hierro, el paragüero de madera de alerce, las baldosas francesas de 1920 que figuraban un tablero de ajedrez y que cubrían el piso de la antigua editorial Zig-Zag… verdaderos tesoros cuyo valor duraba lo que nos tardábamos en regresar a casa e instalarlos. De haber sabido que terminaríamos por vender todos estos hallazgos para volar lo más lejos posible, probablemente hubiésemos invertido menos energías… Pero es impensado ver más allá cuando se está tan desconectado de las necesidades del alma.

Aunque le resulte evidente al que esté leyéndome, “eso” que precisamente echábamos de menos no pasaba por una búsqueda externa. Con el tiempo descubrí que el vacío que no lográbamos llenar, tenía que ver con cuestiones mucho más profundas y que se abrían más aún por no buscar las respuestas en nosotros mismos. Sin duda que nos tocó hacer un recorrido largo hasta dar con el lugar indicado. Y es que el valor que le asignamos al trabajo, a los bienes materiales y al social establishment, nos alejaron de lo que es verdaderamente esencial. Así es que como seducidos por el canto de las sirenas, entramos en un sistema delirante donde trabajábamos únicamente para pagar la vida que estábamos consumiendo: dividendo, créditos de consumo, remodelaciones, mantenciones y una lista interminable de cosas que ya ni vale la pena mencionar. Y todo comenzó a girar en torno a este eje. Nuestras conversaciones se habían vuelto tan monótonas que ni nos dimos cuenta cuando fue que olvidamos salir a caminar, tomar un helado en la plaza, ir al cine o desayunar en la terraza un domingo por la mañana.

Hoy me pregunto qué importancia tiene mantener la casa propia si al final va a consumir tu vida, relaciones y afectos. Cuánto estamos dispuestos a sacrificar por seguir moldes o realidades ajenas, como nos pasó a nosotros. Ni todos los años de terapia de pareja nos sirvieron para abrir los ojos y bajarnos de esta bicicleta antes de que tocáramos fondo en nuestra relación. Y quizás era lo que precisamente nos tenía que ocurrir para que hiciéramos el “click” que nos estaba haciendo falta.

Con el tiempo, descubrimos que lo que mejor se adapta a nuestro estilo es un departamento. Nada de casas. Por el contrario, un lugar de dimensiones precisas que con una limpieza regular quede aceptable y que dejando cerrado con llave podamos salir un fin de semana completo sin pensar en alarmas o robos en el vecindario. La casa grande se reemplaza por un lugar manejable e iluminado, closets ojalá espaciosos y en lo posible, una terracita para poder tomar un té al aire libre, guardar la bici y dejar la caja con arena de mi gata. Eso sí: No tranzo ubicación, debe estar conectado con la ciudad a como dé lugar, con cafecitos, almacenes de barrio y plazas a la mano. Ideal si está cerca de alguna estación de metro. Lo que pasa es que como ya no tengo auto, estas comodidades cobran un valor incalculable.

El acento puesto anteriormente en los metros cuadrados, potencial de inversión, aspiraciones sociales, opciones de financiamiento; fue reemplazado por lo amistoso del barrio, la comunidad de vecinos y la conexión con la ciudad. El ítem dividendo se redujo a un alquiler totalmente manejable según nuestros ingresos y con esto, mayor holgura para viajar, disfrutar y quizás ahorrar también.

En este sentido, aprendimos a dejar de mirar el pasto del vecino para abrazar aquello que tenemos y que al final no se traduce en otra cosa que no sea calidad de vida, gratitud y por qué no la anhelada felicidad.

Fue así que descubrimos un lugar increíble entre Ñuñoa y Providencia. Y de hecho, me despido por ahora porque bajaré a tomar un café al Sabor de Buenos Aires. Venden las mejores mediaslunas rellenas con jamón y queso. Mientras camine, posiblemente escucharé Mi Casa Ideal de la Colombina Parra… como para estar a tono ;-)



7 comentarios:

  1. Muy buena la columna. Hoy la comparto con un joven que este año comienza la universidad. "Me abre los ojos sobre cómo la sociedad tiene respuestas prefabricadas, para preguntas que no nos hemos hecho".
    Muy valioso!!!

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  2. buenisimo, refleja aveces la tan buscada de realizacion eterea basada en el status y las cosas que parecen imprecindibles y solo son relleno, y no en la vida y en los momentos, y busqueda de ese minuto que me hace feliz! me encanto!!

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  3. Me encanta leer tus escritos...gracias linda!

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  4. Como me identifica querida, la tan anhelada búsqueda de un espacio pensando en el resto y no para uno, gracias por compartirlo

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  5. A pesar de todo, y por más de que se tarde tanto tiempo, no hay nada como encontrar el lugar en el mundo. Ese que encaja con todos los sueños, vivencias, risas y malos tragos. Ese lugar perfecto para cada quien.
    Te envidio un poco por las medialunas ;)

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  6. Una vez más tu blog nos lleva a seguir tomando consciencia de lo que queremos de nuestras vidas y para qué hacemos lo que hacemos. Gracias por invitar a observarnos y actuar desde el sentido.

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  7. Después de más de once mudanzas y pasado por varios países llego a la conclusión q el hogar lo hace uno. Ni las paredes, ni los objetos

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