Todos tenemos parientes,
tenemos.
Todos por algo lloramos,
lloramos.
Somos de una vida corta,
sabemos.
Todos siempre nos buscamos.
Amamos, Lloramos.
Piero.
Es y no es casualidad que cite al notable cantautor Argentino para comenzar
el post de hoy. Ciertamente que la poesía contenida en las letras de sus temas
me llegan al alma. Así como lo que ahora les voy a contar, que también me llegó
al alma.
Pocas veces he tenido el sentimiento de patriotismo tan fuerte como el
vivido estas semanas, a propósito de la Copa Centenario de América que
justamente se organizó en Estados Unidos, como conmemoración del centenario del
primer torneo americano de fútbol. Así es que mientras en Europa se disputan el
trofeo, también en nuestro continente un número importante de países se sumaron
al campeonato para ser coronados como los mejores de América.
A pesar de que yo me declaraba una simpatizante pero no fanática del
fútbol, fui por primera vez a un partido de la selección nacional con la
expectativa de pasar un rato divertido y por supuesto, gritar por nuestro país.
Y no pude parar. Con mochila en mano, me embarqué en cada viaje para seguir a
la selección de mi país y estar presente en cada uno de los partidos. No
importaba si era en el último asiento de la galería, lo único que me bastaba
era estar ahí, con mi gente.
Sin dudas que cada fecha fue una fiesta digna de recordación. Más allá de
todo –incluso del resultado- qué lindo era sentir que un trocito de mi tierra
venía hasta el otro lado del continente. Era mi país: con su comercio
ambulante, sus choripanes y las parrillas de carne que se instalaban en los
estacionamientos, semejando una gran fonda nacional (la misma que se celebra el
18 de septiembre para las fiestas patrias). Tal era la alegría que se vivía en
las afueras del estadio que casi daban ganas de quedarse compartiendo con la cantidad
de personas que llegaban provenientes de diferentes lugares del mundo hasta acá.
Denominador común: la tierra.
Otra cosa era la realidad que se vivía adentro del recinto, ya que más bien
parecía una fiesta animada por un DJ quien pinchaba temas “poperos” y los
camarógrafos que iban iluminando cada realidad por todos los rincones de las
multitudinarias graderías. Las personas al verse en la pantalla, se reían
conmovidas mientras flameaban las banderas tricolores. Con cada triunfo
obtenido, fue expandiéndose una especie de ola de orgullo nacional, que se hizo
imparable. El país completo se daba vuelta a mirar en una mezcla de asombro y
orgullo, lo que estaba ocurriendo al otro extremo del mundo.
Quizás el hecho de estar viviendo lejos (acá en Estados Unidos) hizo que
floreciera con más fuerza que nunca, el orgullo por mi nacionalidad, mi
identidad y el sentido de pertenencia. Ciertamente entoné el himno nacional con
una mano en el pecho y con más fuerza que nunca. Canté como si fuera la mejor
de las soprano -para desdicha de los que me rodeaban- pero nada importaba
porque todos los compatriotas estábamos igualmente al borde de las lágrimas.
Sobre todo cuando cesaba la música y los chilenos presentes en el estadio,
continuábamos hasta terminar la última frase del himno “a capella”, luchando por
mantener la voz y no sucumbir a la pifias de nuestros contrincantes. Para mí como
para la gran mayoría, estos son uno de los momentos más conmovedores de todos
los partidos.
Cómo no continuar mi gira si todo ocurría acá mismo ¡Es que no podía! A
pesar de volver cansada y decidida de que cada fecha sería la última, los días previos
al próximo partido me bajaba una ansiedad que me podía y terminaba con los
pasajes y el ticket en el bolsillo. Así es que por vía aérea o terrestre, fui
siguiendo a la selección que jugó en Philadelphia, California, Chicago y Nueva
York. En una oportunidad tuve que dormir en el aeropuerto, recostada sobre tres
sillas y con el cuello más torcido que una “S”. ¡Cuándo había soñado con verme
así!... Una “groupie” del fútbol.
Durante cada partido, alenté con ovaciones típicas de las “barras” a los
jugadores, permaneciendo prácticamente de pie en los dos tiempos. Y ahora que todo ha concluido, no me
arrepiento. Por el contrario, agradezco haber tenido los medios y el tiempo para
estar presente porque la experiencia fue única. Desde el comienzo, cuando no se
respiraba mucho optimismo, hasta el momento de ver que tu equipo levantaba la
copa en medio de las ovaciones y los fuegos artificiales.
Así es que todo esfuerzo fue recompensado no sólo por ver a los jugadores
dejando todo en la cancha, sino que encontrarse con compatriotas de todo el
mundo que llegaban a estos encuentros como guiados por una luz de esperanza.
Chilenos que al igual que yo, escondían una historia particular que llena de
nostalgia: algunos no volvieron después de la dictadura militar que se vivió en
mi país entre las décadas de los ´70 y ´80; otros llegaron buscando mejores
condiciones laborales que las Chile le ofrecía; otros como salida a una
separación… En fin… Miles de experiencias que parecían disolverse en el mar de
emociones que nos embargaron durante estas semanas.
Pienso en Felipe que hoy a sus 29 años, está emprendiendo un negocio de
arriendo de camiones en Florida, que no duerme por resolver diversas
situaciones y que no hay domingo que pueda descansar completamente porque
siempre ocurre una contingencia que atender. Me habla de lo cuesta arriba que
se le hace lidiar con el rubro, las diferencias educacionales y culturales que
tiene que enfrentar para sacar su proyecto adelante, además del riesgo de ver
su inversión sumergida hasta el fondo en esta apuesta. También recuerdo a
Carlos, residente en California hace más de 20 años y que armó una empresa de
fabricación e implementación de rejas. Y así hay muchos otros, Juan de
Pensilvania, Diego de Sao Paulo, Martín de Santiago, por mencionar a algunos.
La gran mayoría con el corazón divido entre Chile y Estados Unidos. Cada uno
gritó tan fuerte como le dieron los pulmones y cuando salimos campeones,
lloramos de alegría.
“30 años que no voy a mi país. Viejito, no puedo creer lo que estoy
viviendo hoy día.”
Relatos como estos me confirmaban una vez más quién soy y de dónde vengo.
Conectarme con mi país, allá tan perdido hacia el final del mundo y que por su extrema
geografía, ha aprendido a resistir estoicamente a las envestidas de la
naturaleza, sobre todo sísmicas, oceánicas y volcánicas. Pienso en la historia
nacional. Cómo nuestros ancestros han dejado una huella en quiénes somos cada
uno de nosotros, de la misma manera que la cultura permea nuestras concepciones.
Cómo explicar por ejemplo la capacidad de adaptación que con la historia hemos
aprendido a desarrollar, para levantarnos una y otra vez de la desgracia.
Terremotos, maremotos, inundaciones, erupciones volcánicas, incendios y tantos
otros quiebres que han permitido llevarnos como cultura a un extremo para
levantarnos con más garra que nunca. En nuestro caso, esa mezcla entre el
español colonizador y el guerrero Lonco que resiste la conquista hasta el día
de hoy.
Siento que así es nuestra identidad colectiva, como país. Chile.
Pienso en ti, en tu historia. También pienso en la mía, por qué no decirlo
y la de tantas personas conocidas, como héroes anónimos que han sacado fuerzas
insospechadas para pararse , reinventarse y salir adelante. Abrazar los sueños,
de eso se trata.
Para mi que esa garra viene de la tierra, de nuestras raíces, de la sangre
mapuche que corre por nuestras venas.
Somos el único país que no pudieron conquistar. El único de de toda
américa. Porque la realidad es que el resto fue arrasado por Europa. Y lo
cierto es que hasta el día de hoy están en guerra en la llamada “zona de
conflicto” y no van a descansar hasta que se les devuelva lo que sienten que
les pertenece. Y cuando pienso en personas como tú y en otras más, me conecto
con ese arquetipo: El Guerrero.