"Que la vida nos sorprenda ¡Chin chin!"
Juntamos nuestras copas con mi querida prima la noche de
navidad, agradeciendo a la vida y declarando nuestro propósito de abrir el
corazón para fluir con ella. Después de dar el primer sorbo de espumante, no tarda
en entrar un mensaje de una amiga.
Dejo a un lado el trago y abro curiosa el whatsapp esperando
que cargue la imagen. Es una gata. Rara. Exótica. Me impresiona lo que no tiene
pelo, más que en su carita, la cual es manchada en blanco y negro dando un
aspecto de completa seriedad. Es más, si se la mira detenidamente pareciera que
siempre está enojada. Una esfinge enojada. Pero sin duda lo que más llama la
atención son unos enormes ojos celeste cielo. Más abajo dice: Victoria, ¿Quieres
a mi Cali?
Me sorprendo porque hace un año atrás exactamente y para
esta misma fecha, ella la estaba esperando. Creo que la compró en Egipto, pero
no estoy segura. Parece que acá no venden este tipo de animalitos de raza Sphynx y solo es posible encontrarlos afuera. Eso sí, siempre será una
hembra que te envían por supuesto esterilizada para que no pueda ser
reproducida posteriormente.
Miro a mi esposo. Su cara lo dice todo: “No”. Miro a mis
padres y familia buscando algún rostro complaciente pero es inútil. Peor aún,
no tardan en pronunciar sus sentenciosos juicios: “Olvídalo. Es un gato. Son
traicioneros, huraños, interesados y se acercan a ti sólo si quieren conseguir
algo a cambio. Si pierden el interés se van y nunca más vuelves a saber de
ellos”- Como si fuera poco mi prima agrega en su argentino acento: “Boluda mal…
mirale la cara. Es mala... no puedo verla del asco que me da. Y voy sos muy
corazón de abuelita, si pensás en quedártela. Te lo advierto: si la adoptás, no
vendré nunca más a Chile a verte ¡Sabelo!”.
Evidentemente que todas estas visiones me desmotivaron. Pero
por alguna razón no quise contestarle nada a mi amiga aún… Ni que sí, ni que no.
Esperé. No sé qué esperaba en realidad porque era evidente que nadie iba a
cambiar su parecer. Es más, la cosa empeoraba porque cada foto que mostraba se
tildada como más fea que la anterior.
No sé, algo se me removió internamente. Quizás algún resabio
de instinto maternal frustrado, ni idea. Pero lo cierto es que logré convencer
a mi esposo de ir a conocerla y ver si nos gustaba. En realidad a la que tenía
que gustarle sobre todo era a mí porque evidentemente yo sería la única
responsable en cuidar de ella, jugar, limpiarla, ver sus vacunas… todo lo que
requiere una tenencia adecuada de mascotas.
Intenté mentalizarme de no tomar decisiones impulsivas de
las que después me fuera a arrepentir. Y en el ascensor lo reforcé internamente
como para no caer en la tentación. Mis amigas con gatos ya me habían advertido
los costos que acarrean el tener felinos por mascotas: Chao tapizado impecable
de sillones, cortinas y almohadones. Más vale olvidarse de un departamento
inmaculadamente blanco. Las que me conocen bien podían predecir un fracaso
rotundo, básicamente por mi obsesiva compulsión hacia la limpieza y el orden. Y
que hablar de las restricciones a la libertad. “Oye con lo que les gusta viajar
a ustedes, tener el animalito que sea va a ser un verdadero cacho en sus
planes”.
Repasé todas y cada una de las visiones, intentando retener
las más realistas. Si pensamos viajar a mitad de año, cómo nos arreglaríamos.
Sin embargo, nada más entrar al departamento de mi amiga para que todas las
palabras se las llevara el viento. En cuanto la vi no pude evitar alzarla y
sentir que me derretía con su calorcito suave. Era considerablemente más
pequeñita de lo que parecía en las fotos: -“Si parece una lauchita gris”-
pensé. Jugamos un poco y media hora bastó para que me decidiera dar el paso…
Bueno, en realidad fueron cinco minutos, lo reconozco.
Acordamos pasar a buscarla al otro día, así mi amiga se
despedía de la que había sido su compañera por casi un año y yo compraba lo que
hiciera falta. Al final, tenía más equipaje que yo cuando me fui a vivir a
Estados Unidos. Entre sus juegos, casita, baño y ropa, hicimos una mudanza
completa.
Lo terrible fue llegar y comprobar al minuto 1 que mientras
me daba vuelta para llenarle su pocillo con agua, la gata había desaparecido.
Después de revolver la casa por todas partes y de parecer una loca gritándole a
mi esposo que revolviera bien las plantas… apareció. Se había ido por la
terraza hacia la casa de la vecina de al lado. Sentí cómo el miedo ensombrecía
toda mi determinación, para dar paso a una montaña de dudas y cuestionamientos.
Y es que su desaparición me disparó mis más terribles juicios ¡Cómo va a ser
posible que no sea capaz de hacerme cargo de un simple gato!
Le confesé a mi esposo de que no me sentía capacitada y que
al día siguiente se la devolvería a mi amiga. Esa noche casi no dormí. A la
mañana siguiente me desperté con el animalito hecho una pelotita a mis pies.
Nos miramos por un rato. Me levanté a llenar sus pocillos con agua y el
alimento especial. Mientras comía lentamente la observaba. Al terminar, se
enroscó sobre mis piernas y así permaneció quietecita hasta que terminé de leer
el diario y las revistas dominicales. No podría especificar qué fue pero algo
especial ocurrió a partir de ese momento.
Durante esa misma mañana contacté a una empresa
especializada en la instalación de mallas protectoras para terrazas que atendía
las 24 horas y para cuando Andrés se levantó, ya mi angustia había aplacado
dando un espacio de nuevas posibilidades insospechadas para mí. Y hoy no me
arrepiento ni por un segundo. Es más a veces intento imaginar cómo sería el estar
sola en mi departamento mientras mi pareja está tan lejos, por ejemplo. Y me
cuesta. Ella se ha ganado un espacio en mi casa, mi vida y mi corazón.
Agradezco al universo por haberme dado la valentía que
requiere fluir con la vida. Puede que alguien le parezca insignificante pero este
simple hecho, para mí ha tenido profundas repercusiones. Me ha ayudado a
flexibilizar mis propios estándares de orden y espacios, he podido comprobar
que no pasa nada si se queda sola en la casa, que la limpieza se mantiene y que
no era cierto que son animales ariscos e interesados ¡por el contrario! Es
enferma de regalona, siempre me sale a recibir cuando llego, me hace acrobacias
y piruetas mortales en el aire, se me acurruca mientras escribo, atrapa las
fastidiosas polillas que me asustan cuando atolondradas entran por la terraza
durante la noche y me sigue a todas partes como si fuera mi sombra.
Quien sabe acerca del espacio afectivo ocupado por una
mascota, podrá entender lo que me está pasando hoy. Para algunos serán sus
perros, caballos, canarios o incluso sus plantas. El compartir parte de mi
mundo con estos pequeños seres que entregan tantas lecciones de amor no tiene
precio. Ni siquiera el tapiz o los cojines valen una centésima parte de lo que
te puedes llegar a enriquecer. Cuánto entiendo ahora a mis amigos veterinarios
o admiro a quienes son capaces de olvidar sus propios asuntos por un momento y
ayudar a encontrarle hogar a cuanto cachorrito callejero deambula por
las calles capitalinas.
Para mí, de eso se está tratando la vida. De aceptarla como
se nos va presentando, con apertura y osadía. Desafiar nuestros temores e ir
más allá. Y qué mejor regalo que descubrirte riendo en mitad de la noche porque
me ha despertado de un salto a mi cara mientras dormía profundamente. O tolerar
que se me suba literalmente a la cabeza mientras leo o acostumbrarme a su
ronronear como si fuera el motor de una avioneta que se activa en modo sueño
después de las 10 PM. Si alguien me lo hubiese contado jamás de los jamases lo
habría creído. Por este y otros motivos más, sólo puedo decir “gracias”. De no
haber sido por mi amiga y por mi desobediencia, no sé si habría podido remover
algún día mis juicios sobre si soy o no soy capaz de hacerme cargo de un
animalito tan desconocido como lo era un gato y más aún, disfrutar así a concho
de su compañía.
En este sentido el gato puede ser visto como un símbolo.
¿Cuántos “gatos” he dejado pasar en mi vida por temor, comodidad o la razón que
sea?
¡Bienvenidos los cambios! ¡Que la vida nos sorprenda para
abrazar a lo desconocido! Y mucho cuidadito con esta declaración, porque se
cumple. Lo comprobé. Con el tiempo he aprendido que todo lo que decimos desde
el corazón, incluyendo los sueños, se cumplen.
Buenas noches. Me despido desde mi computador con la Cali
encima, viendo como teclean mis dedos rápidos, acechándolos hasta que intenta
agarrarlos con ambas patitas… pensará que estoy jugando... Y un poco sí…