domingo, 10 de julio de 2016

Un hombre solitario


Quisiera estar como tantas veces,
Aquellas tardes de la pereza.
El tiempo quieto la pena lejos.
Los cigarrillos sobre la mesa.
Charlando, tranquilos, de cada cosa un poquito.
Charlando, tranquilos, de cada cosa un poquito.

Carta Canción de Ketama.

Sale todos los días por la mañana a la misma hora. Decide caminar hasta la estación de metro que se encuentra en la plaza pudiendo coger la bicicleta como lo hiciera tantas veces, meses atrás. Pero aquel entonces ha quedado en el pasado de unos recuerdos que sus sentimientos se resisten a soltar, por temor a perder la nitidez que todavía conservan. Prefiere pensar que la última vez que se subió a una de ellas, las cosas eran como antes. Entonces si lo hace ahora, la ilusión de cercanía con aquellos días se perdería irremediablemente. Si se concentra y entrecierra los ojos, todavía puede sentir el aroma y escuchar aquella risa. Lo que antes era motivo de alegría hoy se ha transformado en desazón. Y aunque sepa que revivir a los muertos casi nunca hace bien –más que una sensación de alivio momentáneo que termina sepultando cualquier asomo de optimismo–reconoce que no puede evitarlo.

Yo dejo a un lado mi libro y lo observo de reojo, totalmente ajena a su universo interno. Es imposible que pase desapercibido. Permanece sentado en posición yogui con los ojos cerrados al sol. No se le mueve un pelo. Me parece ingenioso venir a relajarse a la piscina después de una jornada laboral. De repente y sin nada en particular que lo atrajera a la realidad, abre los ojos y se dirige a mi:

–Soy un adicto a los recuerdos.

Llegué a saltar de la sorpresa y sin entender muy bien cómo descubrió que lo espiaba si tenía los ojos cerrados, le sonreí para enseguida sumergirme casi inmediatamente en mi lectura. Como sea, el encuentro paso de largo porque justamente se apareció un mesero para ofrecerle la carta de tragos y apetizers.

Después de leer un par de capítulos de una novela que encontré buceando en una librería enorme del Greenwich Village en New York, nuevamente lo aparté para contemplar la vista a mi alrededor. Me encanta el sol de las 5 PM en adelante, es como si los colores cobraran un tono más hacia el dorado o el rosado. Desde el rooftop se puede ver la ciudad de Washington DC en 360º. Los techos de las alargadas casas victorianas en todos los colores, rodeadas de ginkgos bilobas y abedules que las sobrepasan, confundiéndose entre las manzanas, monumentos y las plazas que siguen una prolija geometría. A lo lejos puede descubrirse la casa blanca, el capitolio y el puntiagudo monumento a Washington. Considerando el contexto en general, este pedacito de “playa” resulta de lo más curioso. En medio de la ciudad se instala con pasto, piscina, reposeras y un lounge que invita a un relajo absoluto. La barra y la piscina son los mayores puntos de encuentro de la gente, quienes con una Mimosa o una caipirinha en la mano bailan al ritmo de las mezclas del DJ.

            –Quizás en otra vida.

Escucho que nuevamente me dirige la palabra, aludiendo a mi novela que así se llama. Yo le sonrío y me preparo para poner a prueba una vez más, mi inglés “en proceso”.

–Quizás en otra vida. Bueno en realidad no podría decir mucho porque acabo de empezarlo y a veces me demoro un poco en entender las ideas cuando traduzco del inglés al español.

Me preguntó las clásicas cosas como de dónde era, qué hacía y qué me parecía la ciudad. Ahí nos detuvimos un buen rato para hablar de los estilos de vida, los barrios y la personalidad de sus habitantes. Me explica el sentido del humor que tienen los norteamericanos, que cambia según la ciudad de la cual provenga: los de la costa Este son más sarcásticos y utilizan mucho el humor negro, para reírse de situaciones y de sí mismos. Él me dice que quizás el desarrollo y el intercambio con tantas culturas ha marcado una diferencia enorme que contrasta a las regiones más centrales del país.

–Para elegir el lugar donde quieras establecerte, es tan importante evaluar primero qué es lo que te hace feliz. Preguntarte: qué necesito para sentirme bien. Por ejemplo yo: Amo vivir en esta ciudad porque soy consultor para el Banco Mundial, lo que me permite trabajar sólo 182 días al año y el resto de tiempo disfruto hacer las cosas que me llenan el alma. Como por ejemplo, la fotografía. Yo viajo por el mundo sacando fotos de lugares, personas, situaciones y naturaleza.

Me muestra las que hizo durante su última travesía por el Sudeste Asiático y la verdad es que su trabajo es increíble. Me cuenta que para él es esencial movilizarse en contextos que le den tranquilidad como este. En contraposición mía, que me inclino hacia lugares más convulsionados como New York.

–Para ser honesto, siempre soñé con vivir en Brooklyn pero el tiempo fue pasando y ahora mi ex novia se ha mudado hacia allá– Se ríe.

Ahí se corta un poco la conversación, no sé qué decir. No quiero parecer entrometida porque hay personas que cuidan mucho su vida personal, así es que avanzo con mi punto, argumentando que no debería dejar de hacerlo si realmente es lo que ha soñado siempre… Además, son millones de ciudadanos como para estar topándose por ahí.

Me mira acertando y me cuenta que va a cumplirse un año de su ruptura y que aún no logra superar la pérdida. Ha tenido que apoyarse con tratamiento psicológico y otras terapias complementarias, como la medicina china y la meditación. Ningún camino por separado, sino que todo en su conjunto ha contribuido en su proceso de sanación.

–Los primeros meses me sentía devastado, no solo el corazón, sino el cuerpo. Algo totalmente desconocido para mí: que físicamente un hecho de la vida te duela y que tengas que hacer las cosas como un robot porque la sola oportunidad para detenerte a pensar implicaría pasarte el día completo en la cama… Definitivamente era nuevo. Y he pasado por tantos estados, primero la desesperación que te da cuando comienzas a entender que nada va ser como antes, que la relación se terminó de verdad y que aquella persona que amas decide irse lejos para cortar realmente de raíz. Después de agotar todos los intentos para intentar revertir la situación y darte cuenta de que ya no está en tus manos y que probablemente nunca lo estuvo porque una relación se construye de a dos, me hizo caer en una depresión. Ahí es cuando vine a tocar fondo– Me mira y se le escapa una carcajada –A propósito soy Robert, no creo habértelo dicho antes.

Nos reímos un buen rato y continúa con su historia. Me sorprende su capacidad para comenzar a hablar de lo que le pasa y con qué apertura se adentra en temas que por lo menos yo acostumbro a compartir con mi círculo más cercano. Yo le pregunto qué hacía cuando estaba con los ojos cerrados y me cuenta que son ejercicios de re-conexión para volver a su centro cada vez que siente que anda muy disperso.

–Hay veces que viene bien disciplinar la mente y conectarme con el momento presente. Tiendo mucho a irme hacia el pasado y revivir los recuerdos, así es que esta fue la manera que encontré para salir adelante.

            –¿Y te resulta?– Le pregunto curiosa.

–De a poco sí– Y se ríe –Veo que no me crees mucho. Pero si te contara las cosas que he hecho, pensarías que estoy loco y saldrías arrancando.

Yo abro más los ojos y lo insto a que me cuente el límite de su “locura”.

            –Bueno ¿Conoces la plaza de los perros?

Al frente del edificio en el que vivo hay una placita de mascotas. Es un maravilloso espacio verde que termina como una punta de diamante, rodeada de árboles, macizos de flores y cercada por unos barrotes dorados que deben ser antiquísimos. Durante el día es el punto de encuentro de todos los perritos del sector quienes guiados por sus amos, van felices a este paraíso canino. Así es como de todas las razas, grandes chiquitos, peludos, pelados, distinguidos y mestizos, se la pasan corriendo de un lado a otro, siguiendo una pelota o haciendo acrobacias. Y es tal el éxito que tiene que es un verdadero espectáculo contemplar cómo es que al acercarse van tirando de las correas desesperados para llegar cuanto antes… Como mi escritorio da hacia la ventana que se orienta justo al frente, los distingo hasta dos cuadras. Me divierte pensarlos con voces propias: –¡Apúrate papá que ahí están mis amigos! ¡Acá vengo! ¡Espérenme, no comiencen sin mí! Ven que yo tengo patas cortas y con mi papá estamos los dos muy gordos para movernos tan rápido–. Son como niños. Y los que ya están adentro, llaman a ladridos a los que se vienen acercando, como si los esperaran para continuar el juego. Otra realidad paralela es la que se vive entre “humanos”. No dudo de que acá mismo amistades han nacido, porque entre todos se conocen, se saludan muy fraternalmente y se pasan las tardes de verano completas charlando animadamente.

–Yo no tengo perro. Pero por muchos días seguidos, ir a la plaza y sentarme a observar a la gente conversando felices era algo que me llenaba de esperanza. Me recordaba la felicidad en lo simple, en lo cotidiano… Y cuando la gente me miraba como preguntándose cuál era mi perro, yo levantaba la mano mirando hacia el montón de canes que corrían de un lado a otro y gritaba: ¡Héctor! ¡Héctor! ¡Acá estoy! Y ahí me quedaba con una sonrisa. Nunca nadie supo que yo no tenía un perro. Y sin embargo, conversé acerca del amor hacia los animales como si fuera un gran entendido. Al final... El amor es el amor.

Nos reímos un buen rato y ya cuando se ponía el sol, comencé a sentir algo de frío. Así es que junté mis cosas y nos despedimos.  Y antes de desaparecer le grito:

            –¡New York te espera!


            –¡Quizás en otra vida!

14 comentarios:

  1. me encanto, espero que sigas escribiendo.

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    1. Hola Yolimar, te agradezco de todo corazón tu comentario. Te cuento que estoy con una frecuecia casi semanal de publicación, que generalmente subo cada fin de semana. Un abrazo grande!

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  2. todo menos los cigarrillos jejejexD

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  3. Buena historia y narrativa. Bastante entretenido. Congrats.

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  4. Hermosa. Un encuentro espontaneo de esos que alegran tu dia. Ame la parte de los perros

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  5. Me ha gustado mucho. Tiempo sin leer algo que se parezca a mí. Gracias

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  6. Hermosa historia, ojalá todos tuviéramos la capacidad de plasmar una vida en unas líneas. Felicitaciones. ��

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