Me gusta el olor que tienen
la mañana,
Me gusta el primer traguito
de café,
Sentir como el sol se asoma
en mi ventana,
Y me llena la mirada, de un
hermoso amanecer.
Me gusta escuchar la paz de
las montañas,
Mirar los colores del
atardecer,
Sentir en mis pies la arena
de la playa,
Y lo dulce de la caña,
cuando beso a mi mujer.
Salí de crossfit reventada. Esta vez nos mataron con la rutina. Ya cumplí
un mes desde que comencé a ejercitar y aún siento que no le pillo la mano a los
ejercicios, los implementos ni a la complejidad de las rutinas. Pero como me
repite siempre mi amiga Camila: Todo es cuestión de tiempo. Casi al finalizar
la sesión del día jueves, hubo un momento que me sentí mareada y que me iba literalmente
a piso, pero finalmente logré regular la intensidad y terminar dignamente, sin ningún
numerito de show. Eso sí, ni bien me despedí de mis compañeros y dejé el lugar,
sentí un hambre voraz que me impidió hacer otra cosa que no fuera comer, comer,
comer… Tal como la animación del demonio de Tasmania.
Caminé unas cuadras buscando una sandwichería o algo, hasta que finalmente
encontré un verdadero paraíso natural. El lugar no era muy grande, pero funcionaba
perfecto para capear el calor húmedo del verano norteamericano. Cuando empujé
la puerta, unas campanitas anunciaron mi llegada al local y antes que cualquier
persona, salió a recibirme un dulce frescor con aroma a mangos, manzanas,
naranjas, jengibres, piñas y la variedad más colorida de frutas y verduras que se
disponían en canastas.
Tenía una novedosa carta de smoothies y jugos naturales, que ofrecía desde
las mezclas más exóticas hasta preparaciones específicas como curar el “mal de
amores” o tónicos para “fortalecer la esperanza”. Yo me siento tentada de pedir
un zumo de zanahoria con mango para darle una inyección de dulzor a mi
organismo –“Qué delicia”– pienso.
Estar ahí era todo un espectáculo. El barista trozaba la fruta, la mezclaba
en las batidora, la sazonaba a gusto, siguiendo las especificaciones de cada
cliente, con una gracia tal, que todos animados lo seguíamos con la mirada. Me
sorprende con qué habilidad va manejando los implementos para preparar
simultáneamente los pedidos. No se le va ningún segundo y además se da el
tiempo de conversar animadamente con las personas, haciendo de algo tan sencillo
como beber un jugo, sea un momento especial.
Me llama la atención cómo su actitud de apertura, permite que las personas
le conversen sobre los más variados temas, desde sus experiencias hasta sus
sueños y aspiraciones. Por ejemplo, entra un chico y al cabo de un rato le
cuenta con ilusión que está preparándose para correr su primer maratón en
Noviembre, y él tras escucharlo atentamente le anota una receta para que se
prepare smothies energéticos y hot cakes proteicos antes de entrenar.
Sentada en la barra observo la decoración del sitio. Me transporta a una
antigua lechería, de esas que aparecen en los años cincuenta y que conserva el
modelo de sentarse, consumir y pagar al final; algo que se agradece sobre todo
cuando vienes con una sed o un hambre como la que yo tenía.
–¡Bienvenida! Me llamo Armando ¿Sabes ya lo que
quieres o necesitas alguna sugerencia?– Me dice el delgado hombre de unos 45
años.
–Gracias Armando, qué bueno que sepas hablar
español ¿De dónde eres?
–Nací en México, pero cuando cumplí la mayoría de
edad me vine a Estados Unidos para probar suerte y acá me quedé.
Como muchas personas, entraron por la vía “ilegal” a este país y luego se
fueron estableciendo, a costa de mucho esfuerzo y trabajo hasta que por fin, después
de tantos años, el gobierno les otorgó la famosa “Green Card”. Me cuenta de lo
que significó para él “sobrevivir” durante tantos años con lo mínimo y trabajar
en lo que fuera para sacar adelante una familia completa. Y es que cuando no
tienes seguro social, ni médico ni ningún beneficio que te permita acceder a
mejores condiciones de cualquier ciudadano, el mundo puede llegar a convertirse
en un lugar hostil y amenazante.
–Pero nunca dejé de trabajar, por el contrario. Si
yo veía que la situación se venía más cuesta arriba, me conectaba más con mis
sueños y con aquello por lo que sí valía la pena levantarse cada mañana.
Se ríe mientras me rellena mi vaso que ya iba por la mitad y continúa con
su historia:
–Recuerdo el séptimo aniversario de matrimonio con
mi mujer. Yo quería que fuera especial. Deseaba con toda mi alma que fuera
inolvidable… No lo sé, tenía un presentimiento extraño… Como que sentía que debía
hacerlo así porque algo ocurriría. Claro que éramos más pobres que las ratas.
Con dos niños pequeños y mi salario de aquel entonces, evidentemente que no
teníamos dinero para salir a comer o hacer un regalo costoso. ¡Así es que el
desafío era grande!
En ese momento trabajaba como obrero en una empresa que contrataba mano de
obra latina, para la construcción de edificios corporativos o sobre 7 pisos de
altura. Así es que me la pasaba todo el día entre andamios y ladrillos por lo
menos 12 horas al día.
Recuerda que esa mañana se levantó más temprano que nunca, casi al alba y
cerró la puerta despacito para no despertar a su familia que aún dormía profundamente.
Al salir rumbo a la parada del autobús, se detuvo a contemplar el cielo por
unos instantes y cerró los ojos. Llenó sus pulmones con ese aire frío que quema
la nariz, de una soleada pero invernal mañana de marzo. Sonrió y se sintió más
vivo que nunca.
Apenas llegó, conversó con el capataz para que lo autorizara a retirarse
una hora antes. Ya la recuperaría después. Trabajó en silencio toda la jornada
y se disculpó amablemente con sus amigos cuando lo invitaron a la colación. Quería
estar solo, conectarse con el día en que conoció a su mujer, en que la invitó a
salir, se pusieron de novios y sobre todo cuando le habló por primera vez de
dejarlo todo para venirse a estas tierras a buscar mejores horizontes de vida. Recordó
los rostros de sus familias, el nacimiento de sus hijos y tantos momentos
inolvidables que hacen que una pareja sobreviva en la adversidad del
desarraigo, las frustraciones y el desgaste con el paso del tiempo.
–Y así me la pasé todo el día… Fue como un viaje a
través del tiempo, pero con tickets al pasado.
Al finalizar su trabajo, aseado y dispuesto para retornar rumbo a casa. Se
acercó a contemplar el atardecer desde la azotea de edificio. Como se
encontraba en la obra gruesa, tenía una vista panorámica a la ciudad de casi
360º. Contempló los autos, las casas, los edificios y sobre todo, se detuvo en
las primeras golondrinas que aparecían anunciando una pronta primavera. Volaban
jugueteando unas con otras… Viajeras, llenas de vida. En ese momento se
iluminó.
Se consiguió con sus compañeros un trozo de rollo de papel enorme y pasó a
una librería a comprar la mayor cantidad de lápices, plumones y crayones que
pudo. Iba feliz y apuraba lo más que podía el tranco para llegar rápidamente.
Nada más al llegar a su casa, cenar con su familia y acostar a los niños, le
entregó un sobre a su mujer. Despacito lo abrió y quedó muda de la pura sorpresa:
Era un pasaje hecho a mano para viajar a los sueños.
–Esa noche nos la pasamos la noche entera dibujando
nuestra vida. Diseñamos y coloreamos los sueños de ella, como mujer, como mamá,
como esposa y los míos. Luego los que compartimos... Todo así, tirados en el
suelo de la casa. Por primera vez en años, desde que dejamos nuestra tierra,
que volvimos a soñar. A re-pensar qué es lo que queríamos hacer y qué es
aquello que nos hace feliz. Nos reímos como niños y lloramos abrazados.
Me confiesa que sin duda ese ha sido uno de los momentos más felices de su
vida y la última imagen que quisiera ver el día en que tenga que partir.
Nos quedamos los dos en silencio, conmovidos. Siento que no tengo palabras
para explicar lo que me transmite en aquel momento. Sí una gratitud inmensa por
haber compartido conmigo una historia tan hermosa e inspiradora como la que
acababa de oír.
–A partir de esta experiencia, pequeñas cosas
comenzaron a ocurrir. En paralelo iniciamos un emprendimiento de cocina para
los trabajadores de las obras en construcción. Con mi mujer cocinábamos en la
noche y ella iba a la mañana y al mediodía con las colaciones en un citroneta
vieja que logramos conseguir. Así fuimos progresando. Hasta que hoy estamos
justo donde soñamos estar. Y lo mejor de todo, juntos. Hubo momentos de oscuridad
donde tuvimos que buscar nuestro proyecto de vida y volver a revisarlo para
recordar, replantearse, recobrar fuerzas que nos permitieran continuar con el
camino.
Nadie más que él y su familia saben las cosas que atravesaron para estar
hoy donde están: Las puertas que se les cerraron, los proyectos que se les
frustraron y sin duda, los amigos que perdieron fueron quedando atrás en el
camino. Y lo que ayer fue motivo de insatisfacción y de cierta forma frustración,
hoy es capaz de observarlo con otros ojos. Porque sus dos hijos aprendieron a
esforzarse en la vida y tener altos umbrales de resistencia al dolor. El mayor
cursa segundo año de Ingeniería Química en la universidad, gracias a una beca
deportiva y de excelencia académica.
–¿Y el menor?- Le pregunto.
–El menor es un soñador sin remedio… como sus
padres.
Con esfuerzo y empuje se logran muchos sueños, hay que aplicarse y no cejas.
ResponderBorrar¡Tal cual amiga! A abrazar los sueños para que pasen desde el campo de las posibilidades hasta el de los hechos reales. Un fuerte abrazo :)
BorrarMe llenó de esperanzas... gracias ese relato me reparó las alitas.
ResponderBorrarMuchas gracias amiga por compartir tu hermosa declaración. Seguro que con tus nuevas alitas emprenderás nuevos rumbos y llegarás tan alto como tú te lo permitas. Te deseo lo mejor en tu viaje y bienvenida!! <3
BorrarQue bella y reconfortante historia que es hoy una hermosa y ejemplar realidad labrado con cariño,amor y sacrifio,gracias por el estimulo!!!! Que estén bien !!!!!
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