Qué distinto es
New York en cada estación. El que sean tan marcadas provoca el efecto de
visitar cuatro ciudades completamente diferentes según la época que te reciba.
En otoño se cubre todo de rojo y amarillo, con las hojas que caen de los
árboles y que forman las alfombras naturales más hermosas que he visto en mi
vida. En el blanco invierno, la vida se vuelca hacia en interior de las casas,
los cafés, museos y cada espacio que cobije del frío, estimulando de manera
continua a un ciudadano acostumbrado a moverse en contextos de alta intensidad.
Primavera es un renacimiento puro: Los colores y los cielos brillantes se toman
la ciudad para elevarla a la categoría de un paraíso urbano. Hojitas verdes y
tiernas cubiertas de flores en todas sus variedades, bicicletas, música,
artistas callejeros y locales colmados de alegría, hacen que este epicentro
mundial sea un espectáculo digno de admiración.
Sin embargo,
nunca había tenido la posibilidad de estar en verano. Y créanme, es una
experiencia inolvidable. Fue a propósito del fin de semana largo del 4 de
julio, que con mi pareja decidimos ir a pasar el fin de semana. Inmediatamente
le escribí a mi amigo Harvey. El mismo que conocí corriendo la última maratón
de New York, hace unos siete meses atrás.
Me contestó casi
inmediatamente que encantado nos recibiría y nos mandó su dirección en Brooklyn,
a unas pocas cuadras del Prospect Park. Yo había estado en una pura ocasión en
ese sitio y nada más haber cruzado el puente que lo separa de Manhattan,
alcancé a percibir que en ese lugar pasaban muchas cosas, que vine recién a
comprobar varios años después.
Desde Washington
DC generalmente ingresas por 4th Ave. que vendría siendo el camino troncal que
atraviesa el famoso Brooklyn Bridge y que continúa hacia Manhattan
probablemente con otro nombre. Sin embargo, al tomar el desvío de esta gran
avenida hacia los barrios, la realidad que te envuelve es totalmente diferente.
Cómo si los árboles coludidos con las casas neogóticas de fachadas continuas,
encerraran el secreto de lugares inolvidables. Calles de ensueño,
construcciones cubiertas por el verdor de enredaderas milenarias, frondosos antejardines,
gente conversando animadamente, niños jugando partidos de Béisbol sobre las
veredas y parquecitos entremezclados con las casas que te transportan a una
escena de alguna película de Woody Allen. De hecho, estos lugares han sido escenario
de tanta cinematografía, que para nadie es sorpresa que en cualquier momento se
encuentren cerradas por algún rodaje.
Con Andrés nos
quedamos boquiabiertos y apenas estacionamos el auto, nos dimos la mano para
caminar lentamente hasta la casa de Harvey, admirando la realidad que ahí se vive
como parte de la vida cotidiana. Había tantos rincones por descubrir y belleza
que contemplar que no éramos capaces de relacionarlo con nada visto
anteriormente.
Avanzamos en
silencio las cuadras que seguían y a medida que me acercaba a su casa, la idea
de estar dentro de una película se hacía más grande. Viajar durante horas,
llegar a este mágico lugar y sobre todo, reencontrarse con una persona que por
muy especial que haya sido la habías visto una sola vez en toda tu vida;
hicieron que mi entusiasmo traspasara la barrera del cansancio. Porque la
verdad es que desde el maratón que corrimos el último noviembre que no lo veía.
Y recuerdo aquel
día con tanta nitidez. Cómo olvidarme de que fue la luz para que pudiera
continuar hasta terminarla. Yo venía a duras penas, pensando en abandonarla
porque sentía un dolor punzante muy agudo y por más que intentaba retomar el
ritmo, era imposible. Era tanta la pena por haber llegado hasta allí (desde el
otro extremo del continente) para lesionarme de esa manera. Sentía una presión
por abandonarlo todo y la verdad es que estuve a punto de ceder a las voces que
escuchaba, proveniente de mis temores, ansiedades, enojo y la necesidad de
controlar lo inevitable.
Fue justo allí
donde apareció. En el punto que dije: “Basta, no puedo más”, se acercó un
hombre que claramente ya había pasado los 70 años, con la barba larga y el
cabello blanco; para hablarme, tranquilizarme… A mi que iba echa un mar de
lágrimas entre el mar humano que se dirigía desde Brooklyn hasta el Central
Park.
Sin embargo, tan
solo escucharlo, me transmitió tanta paz que mis temores se disiparon y la
confianza ganó terreno en mi campo emocional. Él tenía una larga historia en
esto de las maratones. A sus setenta y tantos había recorrido miles de kilómetros
con esas mismas piernas que ese día se movían pausadas y a ritmo constante. A
partir de ese momento supe que si realmente quería terminarla, no tenía que
alejarme de él. Y estaba en lo cierto, porque juntos corrimos los 32 kilómetros
restantes hasta llegamos a la meta, para mi gran sorpresa.
Siempre lo
recuerdo. Sobre todo cuando quiero dar un nuevo paso hacia algo que no conozco.
Para mi, él representa un ejemplo de cómo vivir la vida porque ha hecho con
ella lo que ha querido, explotando al máximo sus posibilidades. Cuando sellas
en tu cuerpo que nada es imposible y que si realmente quieres una cosa “Bueno,
entonces ve por ella”, algo se moviliza en todo tu ser que lo consigues. Y eso
que buscas puede ser cualquier cosa –Escribir un libro, aprender un
instrumento, cambiar de rubro, terminar un maratón, cerrar un ciclo… ¡Lo que
sea!– Basta con declararlo y actuar en consecuencia. Quizás este es el punto
más difícil de cualquier aventurero, el no renunciar al propósito cuando se está
en la comodidad de lo cotidiano y lo único que se escuchan son las voces que
cuestionan el por qué hacer esto o dejar de hacer lo otro. Él dice: –“Correr 42K
es una locura que sólo hace la gente loca. Entonces frente a esta realidad, tú
mismo pasas a ser tu propio parámetro. Y muchas veces te sientes solo o
incomprendido. Pero si renuncias, la sensación será peor que no haberlo
siquiera intentado”.
Y ahora, llegar a
su casa y encontrarlo en pleno proceso de recuperación de una doble fractura de
la pierna tras sufrir una caída mientras esquiaba, era la comprobación de que
él forma parte de esa proporción de la población que se catalogan como “crazy
people”. Porque sinceramente nadie de mi círculo cercano que haya atravesado
los setenta se le ocurriría siquiera subir a pasar un día en la montaña. Muchos
menos montarse en unos esquís para lanzarse… ¡Ni pensarlo!
Pero así es él. Brilla
con tanta luz que encandila y habla de la vida como si tuviera una especie
acuerdo con ella: en la medida que más le agradece, más fuerzas saca para
seguir adelante y disfrutar de las cosas que ama. Yo creo que su gran secreto
es disfrutar del presente. Y el hecho de que hoy se esté recuperando de su
accidente, que esté más “tranquilo” en su casa, no significa que deje de sentir
aquellas cosas simples que lo hacen tan feliz. Puedo verlo sentado en la
escalera que da a la calle, al atardecer, con su mujer y con el vecino de la
casa contigua que como cada tarde se cruza hasta su patio para conversar de la
vida y reírse un buen rato de las situaciones cotidianas. Disfrutar su lugar, el
mismo que compró con tantas dudas en los años ´70 porque a pesar de que no
estaba en sus planes salir de Manhattan era la alternativa que se ajustaba más
a su presupuesto. Y con el paso de los años, las remodelaciones, las
generaciones que fueron pasando y el desarrollo urbano, han transformado estos
barrios en sin duda de los más cotizados por los neoyorquinos de la clase alta.
Mientras compartimos
un café de grano, nos muestra su proyecto arquitectónico de remodelación. Todo
es sustentable, algo que no abunda mucho por estos lugares. Como es arquitecto,
ha pensado en cada rincón de su casa para generar espacios únicos, colmados de
arte y de historia. De la mano de Bárbara (su compañera de vida) tardaron años
en dejar la casa de sus sueños, viendo crecer sus hijos, entre palas,
martillos, cemento y los infaltables tarros de pintura. Qué es el amor sino
eso.
Nosotros lo
escuchamos atentamente como si se nos revelara por unos instantes el gran
secreto de la vida, mientras sentados en la escalera contemplamos la magia de
este lugar. El atardecer se resiste a desaparecer, regalándonos las últimas
pinceladas anaranjadas y compartiendo cielo con las estrellas que pugnan por
hacerse presente. Poco a poco comienzan a callarse las voces de los niños que
cansadas se retiraban a sus casas, para darle lugar a una verdadera sinfonía de
grillos y cigarras. Los gigantescos árboles, albergue de cientos de colonias de
pajaritos, ahora se dejan llevar por el movimiento de un aire tibio que nos
abraza.
En silencio
permanecemos hasta que todo se ha oscurecido casi completamente. Los focos
amarillos se han ido encendiendo paulatinamente y ahí entre los jardines
aparecen como un regalo prodigioso, primero unas pocas y luego miles de
pequeñas lucecitas color fuego.
Antes de que
pudiera decir algo, Harvey se adelanta y dice: –Son luciérnagas.
Nosotros quedamos
maravillados. Era la primera vez que las veíamos. Y él continuó: –Las que se
iluminan son las hembras, para atraer al macho. Ellas encienden por efecto de combustión
del oxígeno, una sustancia en su interior llamada luciferina. Así es como
logran mantenerse vivas.
El espectáculo es
de una belleza que conmueve hasta el alma. Y ahí estaban… Frente a nosotros, esperando
el silencio para salir a danzar bajo la luna. Como si fuesen pequeñas hadas que
entre la vegetación, aparecían y desaparecían.
Poco a poco
fueron apagándose. Hasta que no quedó ninguna.
–Las luciérnagas
son como la vida– dijo– Y algún día también nos apagaremos como ellas. Sin
embargo, por ese fugaz momento podemos elegir cómo queremos brillar. Y yo
mientras esté vivo, voy a hacerlo tan intensamente como me sea posible.
Victoria , la forma de ver tu experiencia con ese anciano/amigo de Brooklin me encantó. Nada pasó desapercibido, nada ocurrió sin ser observado y disfrutado. El último párrafo me llegó, en especial esa parte : "... podemos elegir cómo queremos brillar"
ResponderBorrarVictoria , la forma de ver tu experiencia con ese anciano/amigo de Brooklin me encantó. Nada pasó desapercibido, nada ocurrió sin ser observado y disfrutado. El último párrafo me llegó, en especial esa parte : "... podemos elegir cómo queremos brillar"
ResponderBorrarMe alegra mucho leerte querida Yussi... Que te haya conmovido el ser protagonista de una elección tan esencial: cómo quieres brillar en tu propia vida.
BorrarTe doy la bienvenida como nueva viajera y compañera de ruta!! Un abrazo inmenso.
Cuando sellas en tu cuerpo que nada es imposible y que si realmente quieres una cosa “Bueno, entonces ve por ella”, algo se moviliza en todo tu ser que lo consigues. Y eso que buscas puede ser cualquier cosa Escribir un libro, aprender un instrumento, cambiar de rubro, terminar un maratón, cerrar un ciclo… ¡Lo que sea!– Basta con declararlo y actuar en consecuencia. Quizás este es el punto más difícil de cualquier aventurero, el no renunciar al propósito cuando se está en la comodidad de lo cotidiano y lo único que se escuchan son las voces que cuestionan el por qué hacer esto o dejar de hacer lo otro. me gusto este párrafo.
ResponderBorrarGracias querida Yolimar <3
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