martes, 5 de julio de 2016

Las luciérnagas de Brooklyn


Qué distinto es New York en cada estación. El que sean tan marcadas provoca el efecto de visitar cuatro ciudades completamente diferentes según la época que te reciba. En otoño se cubre todo de rojo y amarillo, con las hojas que caen de los árboles y que forman las alfombras naturales más hermosas que he visto en mi vida. En el blanco invierno, la vida se vuelca hacia en interior de las casas, los cafés, museos y cada espacio que cobije del frío, estimulando de manera continua a un ciudadano acostumbrado a moverse en contextos de alta intensidad. Primavera es un renacimiento puro: Los colores y los cielos brillantes se toman la ciudad para elevarla a la categoría de un paraíso urbano. Hojitas verdes y tiernas cubiertas de flores en todas sus variedades, bicicletas, música, artistas callejeros y locales colmados de alegría, hacen que este epicentro mundial sea un espectáculo digno de admiración.

Sin embargo, nunca había tenido la posibilidad de estar en verano. Y créanme, es una experiencia inolvidable. Fue a propósito del fin de semana largo del 4 de julio, que con mi pareja decidimos ir a pasar el fin de semana. Inmediatamente le escribí a mi amigo Harvey. El mismo que conocí corriendo la última maratón de New York, hace unos siete meses atrás.

Me contestó casi inmediatamente que encantado nos recibiría y nos mandó su dirección en Brooklyn, a unas pocas cuadras del Prospect Park. Yo había estado en una pura ocasión en ese sitio y nada más haber cruzado el puente que lo separa de Manhattan, alcancé a percibir que en ese lugar pasaban muchas cosas, que vine recién a comprobar varios años después.

Desde Washington DC generalmente ingresas por 4th Ave. que vendría siendo el camino troncal que atraviesa el famoso Brooklyn Bridge y que continúa hacia Manhattan probablemente con otro nombre. Sin embargo, al tomar el desvío de esta gran avenida hacia los barrios, la realidad que te envuelve es totalmente diferente. Cómo si los árboles coludidos con las casas neogóticas de fachadas continuas, encerraran el secreto de lugares inolvidables. Calles de ensueño, construcciones cubiertas por el verdor de enredaderas milenarias, frondosos antejardines, gente conversando animadamente, niños jugando partidos de Béisbol sobre las veredas y parquecitos entremezclados con las casas que te transportan a una escena de alguna película de Woody Allen. De hecho, estos lugares han sido escenario de tanta cinematografía, que para nadie es sorpresa que en cualquier momento se encuentren cerradas por algún rodaje.

Con Andrés nos quedamos boquiabiertos y apenas estacionamos el auto, nos dimos la mano para caminar lentamente hasta la casa de Harvey, admirando la realidad que ahí se vive como parte de la vida cotidiana. Había tantos rincones por descubrir y belleza que contemplar que no éramos capaces de relacionarlo con nada visto anteriormente.

Avanzamos en silencio las cuadras que seguían y a medida que me acercaba a su casa, la idea de estar dentro de una película se hacía más grande. Viajar durante horas, llegar a este mágico lugar y sobre todo, reencontrarse con una persona que por muy especial que haya sido la habías visto una sola vez en toda tu vida; hicieron que mi entusiasmo traspasara la barrera del cansancio. Porque la verdad es que desde el maratón que corrimos el último noviembre que no lo veía.

Y recuerdo aquel día con tanta nitidez. Cómo olvidarme de que fue la luz para que pudiera continuar hasta terminarla. Yo venía a duras penas, pensando en abandonarla porque sentía un dolor punzante muy agudo y por más que intentaba retomar el ritmo, era imposible. Era tanta la pena por haber llegado hasta allí (desde el otro extremo del continente) para lesionarme de esa manera. Sentía una presión por abandonarlo todo y la verdad es que estuve a punto de ceder a las voces que escuchaba, proveniente de mis temores, ansiedades, enojo y la necesidad de controlar lo inevitable.

Fue justo allí donde apareció. En el punto que dije: “Basta, no puedo más”, se acercó un hombre que claramente ya había pasado los 70 años, con la barba larga y el cabello blanco; para hablarme, tranquilizarme… A mi que iba echa un mar de lágrimas entre el mar humano que se dirigía desde Brooklyn hasta el Central Park.

Sin embargo, tan solo escucharlo, me transmitió tanta paz que mis temores se disiparon y la confianza ganó terreno en mi campo emocional. Él tenía una larga historia en esto de las maratones. A sus setenta y tantos había recorrido miles de kilómetros con esas mismas piernas que ese día se movían pausadas y a ritmo constante. A partir de ese momento supe que si realmente quería terminarla, no tenía que alejarme de él. Y estaba en lo cierto, porque juntos corrimos los 32 kilómetros restantes hasta llegamos a la meta, para mi gran sorpresa.

Siempre lo recuerdo. Sobre todo cuando quiero dar un nuevo paso hacia algo que no conozco. Para mi, él representa un ejemplo de cómo vivir la vida porque ha hecho con ella lo que ha querido, explotando al máximo sus posibilidades. Cuando sellas en tu cuerpo que nada es imposible y que si realmente quieres una cosa “Bueno, entonces ve por ella”, algo se moviliza en todo tu ser que lo consigues. Y eso que buscas puede ser cualquier cosa –Escribir un libro, aprender un instrumento, cambiar de rubro, terminar un maratón, cerrar un ciclo… ¡Lo que sea!– Basta con declararlo y actuar en consecuencia. Quizás este es el punto más difícil de cualquier aventurero, el no renunciar al propósito cuando se está en la comodidad de lo cotidiano y lo único que se escuchan son las voces que cuestionan el por qué hacer esto o dejar de hacer lo otro. Él dice: –“Correr 42K es una locura que sólo hace la gente loca. Entonces frente a esta realidad, tú mismo pasas a ser tu propio parámetro. Y muchas veces te sientes solo o incomprendido. Pero si renuncias, la sensación será peor que no haberlo siquiera intentado”.

Y ahora, llegar a su casa y encontrarlo en pleno proceso de recuperación de una doble fractura de la pierna tras sufrir una caída mientras esquiaba, era la comprobación de que él forma parte de esa proporción de la población que se catalogan como “crazy people”. Porque sinceramente nadie de mi círculo cercano que haya atravesado los setenta se le ocurriría siquiera subir a pasar un día en la montaña. Muchos menos montarse en unos esquís para lanzarse… ¡Ni pensarlo!

Pero así es él. Brilla con tanta luz que encandila y habla de la vida como si tuviera una especie acuerdo con ella: en la medida que más le agradece, más fuerzas saca para seguir adelante y disfrutar de las cosas que ama. Yo creo que su gran secreto es disfrutar del presente. Y el hecho de que hoy se esté recuperando de su accidente, que esté más “tranquilo” en su casa, no significa que deje de sentir aquellas cosas simples que lo hacen tan feliz. Puedo verlo sentado en la escalera que da a la calle, al atardecer, con su mujer y con el vecino de la casa contigua que como cada tarde se cruza hasta su patio para conversar de la vida y reírse un buen rato de las situaciones cotidianas. Disfrutar su lugar, el mismo que compró con tantas dudas en los años ´70 porque a pesar de que no estaba en sus planes salir de Manhattan era la alternativa que se ajustaba más a su presupuesto. Y con el paso de los años, las remodelaciones, las generaciones que fueron pasando y el desarrollo urbano, han transformado estos barrios en sin duda de los más cotizados por los neoyorquinos de la clase alta.

Mientras compartimos un café de grano, nos muestra su proyecto arquitectónico de remodelación. Todo es sustentable, algo que no abunda mucho por estos lugares. Como es arquitecto, ha pensado en cada rincón de su casa para generar espacios únicos, colmados de arte y de historia. De la mano de Bárbara (su compañera de vida) tardaron años en dejar la casa de sus sueños, viendo crecer sus hijos, entre palas, martillos, cemento y los infaltables tarros de pintura. Qué es el amor sino eso.

Nosotros lo escuchamos atentamente como si se nos revelara por unos instantes el gran secreto de la vida, mientras sentados en la escalera contemplamos la magia de este lugar. El atardecer se resiste a desaparecer, regalándonos las últimas pinceladas anaranjadas y compartiendo cielo con las estrellas que pugnan por hacerse presente. Poco a poco comienzan a callarse las voces de los niños que cansadas se retiraban a sus casas, para darle lugar a una verdadera sinfonía de grillos y cigarras. Los gigantescos árboles, albergue de cientos de colonias de pajaritos, ahora se dejan llevar por el movimiento de un aire tibio que nos abraza.

En silencio permanecemos hasta que todo se ha oscurecido casi completamente. Los focos amarillos se han ido encendiendo paulatinamente y ahí entre los jardines aparecen como un regalo prodigioso, primero unas pocas y luego miles de pequeñas lucecitas color fuego.

Antes de que pudiera decir algo, Harvey se adelanta y dice: –Son luciérnagas.

Nosotros quedamos maravillados. Era la primera vez que las veíamos. Y él continuó: –Las que se iluminan son las hembras, para atraer al macho. Ellas encienden por efecto de combustión del oxígeno, una sustancia en su interior llamada luciferina. Así es como logran mantenerse vivas.

El espectáculo es de una belleza que conmueve hasta el alma. Y ahí estaban… Frente a nosotros, esperando el silencio para salir a danzar bajo la luna. Como si fuesen pequeñas hadas que entre la vegetación, aparecían y desaparecían.

Poco a poco fueron apagándose. Hasta que no quedó ninguna.


–Las luciérnagas son como la vida– dijo– Y algún día también nos apagaremos como ellas. Sin embargo, por ese fugaz momento podemos elegir cómo queremos brillar. Y yo mientras esté vivo, voy a hacerlo tan intensamente como me sea posible. 

5 comentarios:

  1. Victoria , la forma de ver tu experiencia con ese anciano/amigo de Brooklin me encantó. Nada pasó desapercibido, nada ocurrió sin ser observado y disfrutado. El último párrafo me llegó, en especial esa parte : "... podemos elegir cómo queremos brillar"

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  2. Victoria , la forma de ver tu experiencia con ese anciano/amigo de Brooklin me encantó. Nada pasó desapercibido, nada ocurrió sin ser observado y disfrutado. El último párrafo me llegó, en especial esa parte : "... podemos elegir cómo queremos brillar"

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    1. Me alegra mucho leerte querida Yussi... Que te haya conmovido el ser protagonista de una elección tan esencial: cómo quieres brillar en tu propia vida.
      Te doy la bienvenida como nueva viajera y compañera de ruta!! Un abrazo inmenso.

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  3. Cuando sellas en tu cuerpo que nada es imposible y que si realmente quieres una cosa “Bueno, entonces ve por ella”, algo se moviliza en todo tu ser que lo consigues. Y eso que buscas puede ser cualquier cosa Escribir un libro, aprender un instrumento, cambiar de rubro, terminar un maratón, cerrar un ciclo… ¡Lo que sea!– Basta con declararlo y actuar en consecuencia. Quizás este es el punto más difícil de cualquier aventurero, el no renunciar al propósito cuando se está en la comodidad de lo cotidiano y lo único que se escuchan son las voces que cuestionan el por qué hacer esto o dejar de hacer lo otro. me gusto este párrafo.

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