El otro día una amiga me decía:
Victoria estoy realmente cansada de tener que
restringir toda mi comunicación con este “tipo” al whatsapp… Yo me pierdo en el
laberinto de los chats eternos… No sirvo. Me canso. Pero cada vez que intento
llamarlo no contesta y después me dice que está ocupado. No lo sé. Yo puedo
whatsapear con mis amigas y matarme de risa con tonterías, pero ya estar así
con él es algo que me cansa. Ya llevamos meses en esta misma dinámica y lo
único que obtengo son puras frutitas de su parte (refiriéndose a los emoticones
de frutas) que al final no son ni chicha ni limonada -Ahí estallamos de risa - Si ya parece el cuento del “corre que te pillo”.
Más allá de lo tragicómica de la situación, qué cierto me
resulta la doble cara de las redes sociales. Porque por una parte, así como se
han desarrollado de manera global para a establecer puentes de conexión
alrededor de todo el mundo; también sirve de escudo imbatible para aquellas
otras que aún no saben qué quieren hacer o cómo resolver sus relaciones.
A través de los ojos de ella, el whatsapp te protege de la
exposición. Las conversaciones se vuelven muchos más controladas y cuidadas,
pudiendo proveer de un tiempo más que razonable para que puedas articular una
respuesta según cuánto es lo que quieras jugarte en ella. Si no te fluye de
inmediato y se pasa el tiempo, no importa: son parte de los códigos dejar que
se “enfríen” las conversaciones por la excusa que sea. También se entiende que
dejar en “visto” a alguien es un mensaje en sí mismo. Pero como todo se
configura, incluso la privacidad, hasta existe la función para neutralizar esto
también y ocultar si los mensajes han sido leídos o no, o cuándo fue la última
vez que la persona se conectó. Hay configuraciones para todos los gustos y
necesidades. Y yo lo que veo que se pone en jaque es el compromiso entre las
personas. Me cuestiono hasta qué punto nos hacemos cargo de lo que decimos/hacemos o dejamos
de decir/hacer.
Ya sea a través del whatsapp que se utiliza en el público
más latino o a través de Messenger de face para Norteamérica y gran parte de
Europa, la mensajería queda bastante intermediada por las caritas de los
emoticones que abundan por la nube digital. Esta simpática simbología, que
aliviana sin dudas las conversaciones, también las trivializa. Así es que sin
dejar de decir lo que se quiere, nada es tan grave o puede tomarse así tan en
la profunda. Y aunque también permiten explicitar un deseo que de otra forma
podría ser mucho más difícil decirlo abiertamente, pareciera ser que al igual
que el alcohol en una fiesta, el estar detrás del Smartphone que sea, también
“envalentona” de sobremanera: comunicar al otro lo que le pasa o lo que
quisiera hacer a través de caritas traviesas, de tristeza o de enojo… Por
ejemplo, facilitan dar licencias de decir pesadeces que no suenan como tales,
dar rienda suelta a la ternura (lo cual se agradece en personas que no tienen
muy a la mano esta emoción) y permite explotar la veta humorística.
Estos códigos flotan en un plano de la subjetividad que da
mayor espacio para que el interlocutor rellene los aspectos del mensaje a su propio
arbitrio, lo cual puede generar también mayor confusión y desazón. Porque cada
uno puede entenderlos según el deseo que proyecte, la carencia que tenga o lo
que su estado emocional momentáneo le susurre al oído.
Como sea, sobre todo en la época del galanteo y conquista, pareciera
ser que el teléfono y las temibles “citas” iniciales han sido destronadas
irrevocablemente por estos métodos que te dan más “licencias” para expresarte
sin pudor. Y a la vez, controlan de manera mucho más efectiva el compromiso en
las relaciones al no hacerse cargo 100% del poder transformador de la palabra y
quizás al sumirnos en un mundo más interpretativo aún del que ya habitábamos. Y
es que al quedar desprovisto del poder de las miradas, el volumen de la voz y
las latencias de respuesta en una conversación más directa, es como que una
fuente de retroalimentación importante se termina ahí también.
Ahora el otro lado de las relaciones mediadas por las redes
también es súper interesante. Frecuentemente tienen el efecto de prolongar el
contacto con las personas de manera más indefinida. Es decir, pase lo que pase,
siempre tendremos al menos una ventana para saber qué es de la vida de alguien.
Haciendo un recuento para atrás me doy cuenta de que
mantengo cierto grado de contacto con prácticamente todas mis exparejas y los
“pinches” eternos de mi adolescencia, los cuales en algún momento de la vida
fueron significativos para mí. Y lo siguen siendo. La verdad es que gracias a
las redes sociales sigo conectada con ellos o al menos me voy enterando de sus
pasos y elecciones de vida. Todos estamos más grandes (o viejos), algunos de
ellos más guatones, pelados, y otros que por supuesto nunca dejaron de cuidarse
y hoy están más buenos que el vino. Pero en definitiva, cada uno siguió con sus
vidas y yo puedo constatarlo.
Y así es como se nos abre un nuevo campo relacional que
evidentemente nos plantea nuevos desafíos para que podamos adaptarnos una y
otra vez.
Por este motivo que quizás hoy las separaciones no sean como
antes. Hace no muchos años atrás, cuando querías poner término a una relación,
lo hacías y punto. Generalmente dejabas de frecuentar ciertos lugares, borraba
el número de teléfono y lo eliminabas de tu directorio de contactos del antiguo messenger de hotmail. Y con eso bastaba o por lo
menos, permitía que desaparecieras por un buen rato hasta que después diera lo
mismo un encuentro casual.
Pero la realidad de hoy me resulta diferente. Si quieres perder
contacto con alguien es más difícil porque nadie se separa realmente de nadie.
Las parejas que rompen pueden seguir enterándose de lo que hace el del al lado
porque existen herramientas como Facebook, por ejemplo, en las que no sólo te
conectas con “la” persona (lo cual si así fuera simplificaría mucho los
procesos de quiebre), sino que con toda la constelación de redes que rodean
como amigos, familias, actividades y lugares comunes…
Así es que en estos días que corren más vale ir entrenándose
en la práctica del desapego consciente. Y esto es lo que requiere la capacidad
de cerrar. De lo contrario es difícil que suceda o por lo menos lo puede llegar
a hacer cuesta arriba porque ya no está en el imaginario qué es lo que estará
haciendo tal o cuál persona, sino que por el contrario, puedes verlo porque las
redes te lo indican a cada momento a través de etiquetas, imágenes de Instagram
y “estado" de whatsapp, skype o facebook.
Me impresiona y maravilla a la vez el cómo se pueden construir
y mantener relaciones a través del tiempo y sin importar cuán lejos este la
otra persona. Si se trata de generar espacios de cotidianidad hoy puedes
acostarte en un extremo del mundo habiendo compartido vía whatsapp y si la
diferencia horaria lo permite, levantarte con esa persona porque no dejamos
nunca de estar conectados los unos con los otros.
Se me viene a la mente el proceso de domesticación del
principito con el zorro. Para llegar a ser alguien necesario para el otro
primeramente se debían “crear lazos”. Y yo veo que pese a todas las
complejidades que planteaba anteriormente, las redes sí lo permiten porque son
puentes que se tienden.
En el plano personal, estando lejos he podido conocer a
personas maravillosas que en Chile nunca me di el tiempo para hacerlo y que
allá comenzamos a escribirnos cuando se enteraron de que había viajado y hoy
puedo decir que somos amigos. También con mi pareja. Él ahora está lejos y yo puedo
mantener una cotidianeidad que nos permite inclusive, preparar una comida
especial a la luz de las velas y cenar juntos vía Skype para el 14 de febrero. Quizás que en este
caso particular los años que llevamos juntos facilitan una continuidad más fluida.
Como sea, gracias a las redes nadie puede decir que haya perdido de vista completamente a esas personas que nos marcaron en mayor o medida. Y si hay alguien que sí es capaz de cortar con todas la tecnología fluyendo a raudales, lo admiro profundamente. Y no es que me la pase fisgoneando en la vida ajena pero quién puede decir que no sienta nada de curiosidad o que no diga “¿Qué habrá sido de esta persona…? A ver si la encuentro”.
Como sea, gracias a las redes nadie puede decir que haya perdido de vista completamente a esas personas que nos marcaron en mayor o medida. Y si hay alguien que sí es capaz de cortar con todas la tecnología fluyendo a raudales, lo admiro profundamente. Y no es que me la pase fisgoneando en la vida ajena pero quién puede decir que no sienta nada de curiosidad o que no diga “¿Qué habrá sido de esta persona…? A ver si la encuentro”.
Muy buen tema . Me hace pensar en la importancia de buscar siempre, el equilibrio en nuestra vida.
ResponderBorrarQuién necesita programas de farándula si existen las redes sociales!!!! jajajajja Claramente es un arma de doble filo, como la sobre exposición sin darnos cuenta o el mal uso de información o fotografías, por ejemplo de los menores de edad. Me quedo con lo positivo, que para mi es, como tu dices, que se aumentan las posibilidades de mantener contacto con personas que no vemos físicamente y que vale la pena mantener en nuestras vidas.
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