Ya de regreso de
una escapada por un pedacito del viejo continente, voy hacia la ventanilla del
avión con mi nuevo amigo: Luciano. El mismo que saltó de su asiento para
ayudarme a guardar mi equipaje de mano, apenas me vio aparecer por el pasillo
en dirección a su fila. Es un hombre de unos 65 años que irradia una alegría
que me contagia. Y razones le sobran, porque es su primer vuelo y nada menos que
para atravesar el océano Atlántico.
–¡Voy a América!– Me dice con unos ojos celestes
que le brillan más que el cielo en primavera –E`il mio primo viaggio lontano da casa mia. Non vedo come un bambino ¡Picolino!–
Mientras se ríe con gracia, me invita a que me acerque, indicándome con el dedo
en dirección hacia adelante: –Quelli…
sono i mei amici.
Y al asomarme
para buscar a sus amigos, los encuentro con la vista clavada en mí y con la
misma picardía que a unos niños pequeños a punto de hacer una travesura. Detrás
de los asientos, solo puedo verles los ojos achinados de la risa. Ambos me saludan
entusiasmados, como haciéndome cómplice de lo que estaba a punto de ocurrir. El
viaje de sus vidas.
–Luigi e Mariano. Quel ragazzo ahí e Alberto,
figlio de Luigi e giocatore di calcio in Inghilterra, prima squadra divisione
(delantero del Swansea City, equipo de Inglaterra de la Premier League)– Y
me mira levantando las cejas, asintiendo con la cabeza lentamente, tal como
reafirmara “el mismo que viste y calza”.
Yo sinceramente
nunca lo había escuchado, pero decido seguirle la conversación y ver hasta qué
lugares me lleva con su historia. Y la verdad es que me conmovió. Hace más de
50 años que coincidieron en el mismo barrio que los vio nacer, crecer y
envejecer. Veranos completos corriendo en las soleadas aceras de Bérgamo,
estudiando en la misma escuela y comiendo la pasta, se fueron enlazando lentamente
como se unen las hebras en una máquina de coser, hasta que el tiempo fue
pasando y el entramado se hizo indestructible. Ninguno fue a la universidad,
sino que trabajaron ni bien terminaron la secundaria. Luego se casaron,
tuvieron hijos y después nietos. Hoy ya no trabajan como antes, más bien
disfrutan de aquello por lo que se esforzaron durante la vida completa. Así es
que esas jornadas interminables en el trabajo, han sido reemplazado por los
juegos con sus nietos, pizzas por las tardes y fútbol los domingos. Eso sí que
es sagrado.
Y un día como
hoy, se encuentran todos embarcados rumbo a la aventura. Porque como regalo
sorpresa, Alberto (el jugador de futbol y el hijo mayor de uno de ellos), los
ha invitado a Las Vegas “tutto pagato”. Cuando aterricen harán conexión a New
York al igual que yo para tomar el vuelo a las tierras prometidas. Allá una
limosina los estará esperando para conducirlos al hotel que los hospedará
durante su estadía. Serán seis días de aventuras impregnadas de viejos
recuerdos, anécdotas, carcajadas y luces de cine. Si parecen bambinos, se
paran, se sientan y se matan de la risa con las azafatas que les siguen el amén
en todo. En realidad somos el sector más desordenado de todo el avión. Yo me
río con las locuras aunque entienda la mitad de lo que dicen, pero así es el
italiano… se puede descifrar fácilmente.
Pienso que la
vida está llena de momentos únicos, sólo hay que estar atentos para no dejarlos
escapar. Y esta escena resume mucho de lo que he podido vislumbrar acá, porque
me he quedado realmente sorprendida con Milano. Y no precisamente por el
magnífico Duomo, la Madonna o el fresco de La Última Cena de Leonardo Da Vinci,
que sin dudas forman parte del patrimonio cultural que ofrece esta ciudad. Esto
es espectacular y habría que ser bruto para no apreciarlo, pero lo que más me
hizo sentido fue el estilo de vida que pude constatar en la medida que me iba
internando por cada rincón de este hermosa ciudad. Callejuelas estrechas con
suelo de adoquín oscurecidos por los siglos, contrastan con el ocre envejecido
de las casas de cuyas jardineras se derraman cascadas de flores en tonos rojos,
amarillos, blancos y fucsias. Solo hay espacios para motonetas y bicicletas,
los anaranjados tranvías y automóviles circulan en las calles principales y
perimetrales. El resto son peatonales –como las que se ubican en el tradicional
barrio Brera o al borde del río por el paseo Naviglio– para perderse en una
dimensión fuera del tiempo y dejarse llevar al son del acento italiano.
Caminando un día
cualquiera, te das cuenta por qué tiene la fama de ser capital de la moda. Acá
conviven diferentes estilos cuidadosamente armados según la edad y la
personalidad, que dan cuenta de un sentido estético supremo. No importa a qué
generación pertenezcas, tu ocupación o la religión que profeses, todo luce
sofisticado y cool. Polleras de diferentes telas, coloridos y largos: plisadas,
vaporosas, rectas o estampadas, se llevan con zapatillas caña alta, botines o
sandalias. Hombres con trajes ajustados en tonos azul cobalto o celeste, con un
clavel o pañuelo en la solapa y mocasines de cuero burdeo brillante sin
calcetines, que completan con una cabellera prolijamente larga y peinada hacia
atrás. También puede ser el rapado a los costados y largo adelante, que algunos
acompañan con barba o patillas cuidadosamente formadas. Como sea, el conjunto genera
en el viajero un impacto tal que es imposible no sentir el impulso por entrar de
urgencia a una casa de moda para estar algo más a tono. Y no exagero.
Pero al
sobreponerse a este shock inicial, comienzas a captar códigos particulares que
dan cuenta de una manera de mirar el mundo, sobre todo en materia del disfrute.
Ya que en vez de encontrar farmacias o sucursales bancarias en cada calle (como
abundan en otros países que yo conozco), acá las pizzerías, gelatterias,
trattorías, vinotecas y osterías se toman las calles, repletándose hasta que no
quepa ni un solo alfiler. Y es que el espacio no solo se colma con los cuerpos,
también son las conversaciones, risas, gritos y cantos que ocupan un lugar
importante de la interacción entre su gente. Con un triángulo de pizza en la
mano y el otro agitándose para enfatizar alguna opinión, beben y fuman en
cantidad.
Yo no entiendo
cómo con todo lo que consumen, hombres y mujeres, pueden verse tan bien. Si
sólo con la mitad yo estaría rodando como una bola. No me entra en la cabeza
qué maravillosa receta se guardan los italianos para gozar a lo grande y verse
siempre tan bien. Y sinceramente no creo que sea el tipo de maquillaje, efecto
visual o que escondan fajas debajo de sus ropas. Conversando con los locales me
cuentan que en realidad así como se come, también se ejercitan. No importa la
condición socioeconómica que tengas, acá al igual que en España, por ejemplo,
la tendencia a entrenar diariamente para mantenerte en forma, va en aumento. Y
es impresionante ver en qué estado físico están. Yo pienso que mucho tiene que
ver la genética pero es indudable que el cuidado físico contribuye enormemente.
Al igual que en
Roma, Florencia o Venecia, el disfrute es transversal y eso produce naturalmente
que haya mejor calidad de vida. Personas tomándose los espacios libres,
bicicleteando sus paseos, leyendo un buen libro, desconocidos conversando de
una mesa a otra como si fueran grandes amigos… Y por supuesto las mascotas. Acá
los animalitos son parte de la familia y no tener un perro o un gatito es como
que te falta un pedazo. En resumen, hablamos de una integración perfecta entre
familia, sociedad y espacio urbano.
Particularmente en
primavera, encuentras la ciudad brotada de azahares y jazmín que impregnan las
plazas y calles hacia donde quiera que mires. El espacio público es sagrado. Se
utilizan mucho las veredas como extensión al local para hacer vida social, así
hay algunas más populares en donde prácticamente no puedes avanzar mucho porque
se encuentra atestada de multitudes conversando y riendo alegremente con un
café, un vino rosso de la Provenza o un Aperol Spritz.
Indudablemente
que como en todo lugar en el mundo, debe haber un millón de puntos
desfavorables, como el tráfico, la impaciencia y quizás qué otras cosas más,
pero sin dudas una estancia por acá invita a anclarnos en el presente, vivir
más apasionadamente y disfrutar con estilo el gusto por la gastronomía, el arte
y la moda. Al final, qué bien que hace sentirse bien y conforme con uno mismo.
Es como una actitud que nace en el interior y que luego se proyecta hacia
afuera. A veces es más permanente y otras, son algunos días, según el estado de
ánimo y las circunstancias que se atraviesen. Pero cuando nos sentimos a gusto,
es como si se dibujara una sonrisa interior.
Que afortunada eres Victoria!!! Aventuras mil para esta chica maravillosa deseosa de saborear el mundo mordisco a mordisco!! Ganas me dan de acompañarte en la próxima aventura y como tú me dices.... Estar dispuesta a lo que venga!!! Muchos cariños!!!
ResponderBorrar¡Siempre serás bienvenida amiga viajera! Por más aventuras y momentos memorables como los que ya hemos tenido el placer de compartir. Te quiero bella.
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